Uniones civiles

Ley de uniones civiles es el "nombre encubierto" con el que el gobierno italiano ha querido introducir una ley que autorice a las parejas homosexuales a obtener un reconocimiento legal, una especie de "matrimonio civil gay".

Simplemente no se ha querido hablar de matrimonio para acallar o desacreditar las voces de los que argumentan que el único matrimonio que existe es el que une el hombre y la mujer. Pero en la práctica es lo mismo. Decir "unión civil de dos homosexulares" en lugar de "matrimonio civil de una pareja homosexual" es como decir "interrupción voluntaria del embarazo" en lugar de "aborto provocado". Es un subterfugio para hacer menos ruido pero el mismo daño. Es un verdadero daño porque se está vaciando más profundamente el sentido de la familia y del matrimonio verdadero entre un hombre y una mujer.

No hay que ser muy listos para entender que éste es el propósito último de estas leyes: desfigurar y diluir el concepto tradicional de familia. En primer lugar porque no hacía falta regular o legalizar las uniones homosexuales, bastaba aplicarles las normativas referentes a las uniones de hecho, ya existentes en Italia. Ya éstas fueron en su tiempo un golpe contra la familia pues, en mayor o menor grado, concede a los concubinatos estables derechos que corresponden a las personas casadas, con lo cual, como me decía un abogado serio, se le quitan las ganas de casarse civilmente a cualquiera, pues en realidad no sirve para nada. Conviviendo se obtienen antes o después los mismos derechos.

En segundo lugar las parejas homosexuales estables son poquísimas y a muchas de ellas, seguramente la mayoría, no les importa lo más mínimo "unirse legalmente". Es absurdo abrir un debate nacional, gastar un mar de saliva y dinero, para que pase una ley que interesa de modo concreto a poquísimos, cuando existen problemas acuciantes para miles y miles de familias como el trabajo estable, la casa, la sanidad, la seguridad, la educación, y un largo etcétera. El derroche de fuerzas tiene sentido para los que luchan estas batallas porque lo que se prentende no es reconocer el supuesto derecho de cuatro ciudadanos, ciudadanas o 'ciudadanes' de un cierto país, sino llevar a cabo un cambio global del modo de pensar y de vivir de todos los habitantes del planeta. Esto es lo que convierte el asunto en un problema gravísimo y de trascendencia universal.

En Italia, por el momento, la ley ha sido aprobada en el Senado con el voto casi unánime de los senadores y tiene que ser todavía discutida en el Congreso. Un proyecto de ley un tanto 'edulcorado' quitando el derecho a la adopción o al útero de alquiler pues todavía socialmente son prácticas muy mal vistas en Italia, y con la intención, ya manifiesta, de hacerlo pasar por vía judicial, alargando la interpretación de la ley en cuestión sobre el derecho a adoptar el hijo de la pareja con la que se convive.

Lo que ha llamado poderosamente la atención de los católicos comprometidos italianos es la anuencia de los senadores públicamente católicos practicantes. Sabemos que hoy en día los católicos somos minoría y que políticamente estamos pobremente representados, pero cabría de esperar que al menos esos pocos políticos católicos que han accedido a puestos importantes con la ayuda del voto católico, sean coherentes a la hora de expresarse en este tipo de votaciones. Pero no es así, empezando por el presidente del gobierno, Mateo Renzi, de centro izquierda, que se formó en su juventud en un grupo scout católico y sigue manifestándose católico, pero que con una gran 'profundidad' teológica y filosófica declaró después de la votación de la ley en el Senado: "Ha vencido el amor". Todo ello ha movido a algunos creyentes valientes a tratar de organizarse políticamente. Quizás no tendrá mucho fruto político pero al menos manifiesta "el derecho al pataleo". Lo más escandaloso cuando está en peligro el barco es que no haya ninguno que grite: "¡Nos hundimos!" o al menos "¡Sálvese quien pueda!".

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