Miedo a la muerte

Siempre me ha impresionado esa parte de la carta a los Hebreos que dice que Jesucristo ha venido a rescatar a los que “por miedo a la muerte pasaban la vida entera como esclavos”. Parece que la posibilidad de ser víctimas de un atentado, ha puesto de manifiesto ese temor tan presente en el ser humano y quizás más acentuado hoy por el vacío espiritual de la sociedad occidental.

Es verdad que se puede sufrir en cualquier momento un accidente de tráfico, que son muchos los que mueren de repente de infarto y otras causas, pero esto lo vemos como algo remoto que no tiene por qué ocurrirme a mí. Sin embargo la posibilidad de ser atacados mientras tomamos un café en un bar, nos alojamos en un hotel, o cogemos un avión para visitar una capital europea sea por motivos de turismo o trabajo, nos aterra y nos quita esa sensación de seguridad y serenidad sin la que es imposible vivir tranquilos.

El hombre post moderno ha tratado por todos los medios de esconder el hecho de la muerte, a pesar de lo absurdo de esconder una realidad tan patente en el mundo natural y tan significativa en la vida humana. Ingresamos a los más enfermos en los hospitales e internamos a los más ancianos en los asilos, sedamos a los agonizantes para que no tengan posibilidad de enterarse de que se están muriendo, y es cada vez más frecuente morir solo como un perro. Expresión un tanto pasada pues es fácil que perros y gatos mueran más acompañados y mimados que muchos seres humanos. Después de la muerte es cada vez más habitual incinerar a los muertos con esparcimiento de las cenizas en el mar, río o campo, casi como si quisiéramos olvidar totalmente que el difunto existió alguna vez sobre la faz de la tierra.

Sin quitarle nada a la necesidad de atender a los enfermos con todos los medios posibles, de aliviar su sufrimiento, del problema del espacio en las grandes ciudades para enterrar a los muertos y demás inconvenientes prácticos; a veces me viene la duda de si todo esto está al servicio de la persona enferma o que debe atravesar el duro trago de la muerte, o más bien en beneficio de la comodidad de los familiares y amigos que prefieren permanecer al margen, ocuparse lo menos posible, o tratar de quitarse de la mente el hecho de que ellos también pueden enfermar y un día morir.

Sin duda, si tuviéramos una idea de la vida 'un poco' por encima de la banalidad de las necesidades básicas como comer, beber, dormir y divertirse, podríamos dar un sentido más profundo a nuestro vivir e incluso a nuestro morir. Existieron épocas en las que se ponía en juego la propia vida por una cuestión de honor y sin duda batirse en duelo por motivos así de fútiles tenía mucho de necedad y de pasión humana desordenada. Hoy en día sin embargo cabría preguntarse quién está dispuesto a dar su vida por algo o por alguien. Lo que más llama la atención es lo rápido que se pasa de ignorar la muerte a hablar de ella a todas horas, sobre todo si se trata de ver muerto al enemigo. Parece que somos alérgicos a la muerte sólo cuando se trata de nosotros mismos.

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