¿Hacia dónde va el Sínodo?

Ya estamos acostumbrados  a la mala información de los grandes medios sobre los grandes temas de la Iglesia. Pareciera que el mejor modo de saber lo que está pasando en el Sínodo de los obispos sobre la familia, fuera pensar lo contrario de lo que dicen los periódicos y los telediarios. En la sociedad de la información sabemos todo enseguida pero muy mal explicado. Nos bastan unos segundos del telediario o la letra grande del titular del periódico para pensar que estamos enterados, y puede ser todo lo contrario. 

Así está pasando con el pensamiento del Papa Francisco y con las falsas expectativas que se están creando sobre las consecuencias que tendrá, en el futuro inmediato de la Iglesia, el presente Sínodo sobre la familia. Son muchísimos los que piensan que el Papa ha autorizado la comunión eucarística a los divorciados, o que al menos está a favor, o que si no lo ha hecho todavía lo hará el Sínodo o se hará después de que termine. Sin embargo yo, en vivo y en directo, por el privilegio que tengo de trabajar pastoralmente en la diócesis de Roma, he oído al Papa decir lo contrario al menos dos veces. Dar la comunión a los divorciados y que conviven con otra pareja ni es la solución ni es lo más importante del problema. Así lo ha dicho el Papa.

               Es cierto que existe una preocupación muy particular del Santo Padre por la situación de miles de parejas que han vivido el drama de la separación después de haberse casado por la Iglesia. Acoger, atender y sanar a las ovejas heridas es un deber primordial del pastor y el Papa lo siente vivamente en su corazón. Mucho más cuando muchas de estas parejas que viven en situación irregular, conservan una fe sincera, asisten a la misa dominical e incluso participan de corazón en las actividades de la parroquia, o forman parte de movimientos católicos. En ese sentido el Papa anima a actuar con misericordia que sana las heridas.

               Por otra parte, no se puede ocultar que la primera parte del Sínodo reveló profundas diferencias entre obispos e incluso cardenales en temas de no poca importancia, como el indicado y otros. Otro factor que desconcierta es el hermetismo que impide saber lo que realmente están diciendo los obispos. Nos tenemos que conformar con el resumen más o menos preciso o más o menos condicionado de los encargados de las ruedas de prensa diarias. El descontento de muchos padres sinodales se filtra a través de documentos, ni confirmados ni desmentidos, como la supuesta carta dirigida por varios cardenales al Papa quejándose de fallos graves en la metodología del Sínodo que pueden generar confusión o herir la colegialidad, es decir, el derecho de cada obispo de exponer con claridad su pensamiento, de que sea acogido y escuchado por todos y de cualquier forma incluido en los documentos sinodales. Se supone que esa es la finalidad de reunir a cientos de obispos.

               Dicho esto, es muy difícil responder a la pregunta que da título al artículo. Me atrevo mejor a expresar un deseo: ¿Dónde debería llegar el Sínodo de los Obispos? Creo que el tema escogido es crucial, vital, una verdadera emergencia para la Iglesia y para el mundo. La importancia de la familia es tal que merece la pena reunir un Sínodo. Son tantos los temas candentes: la tragedia de las familias católicas rotas, pero también la prevención del fracaso matrimonial con una mejor preparación de los novios, la educación sexual de la juventud, la ideología de género, etc.  En fin, todo esa corriente de pensamiento de corte antropológico que está invadiendo occidente y quiere cambiar la identidad del ser humano, y que parece tener como finalidad extinguir totalmente el concepto de familia.

                El Sínodo debería afianzar las certezas fundamentales que necesitan las familias católicas que luchan por ser fieles en un mundo hostil y recordar al mundo que no puede destruir la familia sin autodestruirse. Ya lo hizo San Juan Pablo II pero es necesario repetirlo con los matices nuevos de un mundo cambiante. La confusión y la desorientación no ayuda a las familias. Necesitan un ejemplo de comunión, de claridad y firmeza que les dé luz y confianza para seguir adelante. 

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