Confiar en la Providencia

Rubén Oscar Frassia es Licenciado en Teología Moral por la Universidad Gregoriana de Roma. Fue ordenado obispo por san Juan Pablo II en 1992. Actualmente es obispo de la diócesis de Avellaneda-Lanús.

Mt 6, 24-34.

Dijo Jesús a sus discípulos: Nadie puede servir a dos señores, porque aborrecerá a uno y amará al otro, o bien, se interesará por el primero y menospreciará al segundo. No se puede servir a Dios y al dinero. Por eso les digo: No se inquieten por su vida, pensando qué van a comer, ni por su cuerpo, pensando con qué se van a vestir. ¿No vale acaso más la vida que la comida y el cuerpo más que el vestido? Miren los pájaros del cielo: ellos no siembran ni cosechan, ni acumulan en graneros, y sin embargo, el Padre que está en el cielo los alimenta. ¿No valen ustedes acaso más que ellos? ¿Quién de ustedes, por mucho que se inquiete, puede añadir un solo instante al tiempo de su vida? ¿Y por qué se inquietan por el vestido? Miren los lirios del campo, cómo van creciendo sin fatigarse ni tejer. Yo les aseguro que ni Salomón, en el esplendor de su gloria, se vistió como uno de ellos. Si Dios viste así la hierba de los campos, que hoy existe y mañana será echada al fuego, ¡cuánto más hará por ustedes, hombres de poca fe! No se inquieten entonces, diciendo: '¿Qué comeremos, qué beberemos, o con qué nos vestiremos?'. Son los paganos los que van detrás de estas cosas. El Padre que está en el cielo sabe bien que ustedes las necesitan. Busquen primero el Reino y su justicia, y todo lo demás se les dará por añadidura. No se inquieten por el día de mañana; el mañana se inquietará por sí mismo. A cada día le basta su aflicción.

 

La presencia de Cristo nos habla del amor de providencia: Dios nos piensa, nos cuida, nos quiere y está con nosotros, en nosotros y camina con nosotros. Ante esta presencia uno no tiene que tener miedo, ni vacilar, ni desconfiar, sino saber que Él está y nos acompaña siempre.

La presencia de Dios nos exige definiciones, es decir definir aquello que es principal en nuestra vida, aquello que es la finalidad; porque cuando uno tiene claro el fin, podrá poner los medios para lograrlo: dónde está nuestro tesoro, nuestro corazón, nuestras energías, si están realmente en Dios o divididas, compartidas por otras tentaciones como el dinero, el poder, el sexo, las manipulaciones y tantas otras cosas que pueden pretender -ilusoriamente- ponerse al mismo nivel de totalidad.

No nos damos cuenta de que el único Todo, Entero y Absoluto, es Dios. Y desde Dios uno tiene que ir construyendo las demás definitividades: la relación con la Iglesia, la relación con nuestros hermanos, la relación ante la sociedad, los compromisos públicos asumidos -que es muy importante protegerlos y vivirlos- sean funcionarios políticos, cargos públicos, profesionales, sacerdotes, obispos; todas las cosas que uno pueda representar ante la comunidad uno debe vivirlas.

Pidamos al Señor tener la libertad de confiar en su Providencia. Como dice San Francisco de Asís: “Recuerda que cuando abandones esta tierra, no podrás llevar contigo nada de lo que has recibido; solamente llevarás lo que has dado”.

Que la presencia de Dios en nuestra vida, nos enseñe a mirar más a Dios, a ver y descubrir a nuestro prójimo y a no encerrarnos en nuestros pequeños círculos.

Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

 

Deja un comentario