Vivamos una paz en verdad, justicia, amor y libertad

Rubén Oscar Frassia es Licenciado en Teología Moral por la Universidad Gregoriana de Roma. Fue ordenado obispo por san Juan Pablo II en 1992. Actualmente es obispo de la diócesis de Avellaneda-Lanús.

Lc 2, 16-21.

Los pastores fueron rápidamente a donde les había dicho el Ángel del Señor y encontraron a María, a José y al recién nacido acostado en el pesebre. Al verlo, contaron lo que habían oído decir sobre este niño, y todos los que los escuchaban quedaron admirados de lo que decían los pastores. Mientras tanto, María conservaba estas cosas y las meditaba en su corazón. Y los pastores volvieron, alabando y glorificando a Dios por todo lo que habían visto y oído, conforme al anuncio que habían recibido. Ocho días después, llegó el tiempo de circuncidar al niño y se le puso el nombre de Jesús, nombre que le había sido dado por el Ángel antes de su concepción.

 

Estamos muy cercanos a la Navidad y vemos cómo la Virgen, Madre de Dios y Madre nuestra, participa de un modo especial del Misterio; Ella nos da al verdadero Dios y verdadero Hombre. Ese Verbo que se hizo carne en el seno virginal de María, asume todas las características y condiciones de la época, la encarnación, el nacimiento y la circuncisión: Jesús nace, es un judío de raza y la salvación viene por Él.

Es algo extraordinario en este Misterio. Jesús respeta todas las cosas de aquella época y también pasa por el rito de la circuncisión. La Virgen está al lado de Jesús. Ella nos da a Jesús y, al contemplar este Misterio, lo “guarda en su corazón”, lo “medita”.

Hoy no meditamos mucho, ni guardamos muchas cosas en nuestro corazón; más bien hoy se vive de un modo disperso, distraído, superficial. Todo es rápido, sin respetar los vínculos, ni las cosas importantes: la familia, los valores, aquello que nos hace SER. Más bien hoy es tendencia quedarse en el tener, en el gastar, en el consumir, en el usar y en el tirar.

Hoy pidamos a la Virgen darnos cuenta de la presencia de Jesús, “Dios que salva”, porque es el Enviado y nuestra verdadera Paz. Que esa paz la vivamos, la encarnemos, la construyamos, como bien decía San Juan XXIII “la paz está apoyada sobre la verdad, sobre la justicia, sobre el amor y la libertad”.

Si no hay verdad, ni justicia, ni amor, ni libertad, comprometemos gravemente el sentido de la paz. Esa paz que está en nuestro interior, que la ofrecemos a los demás, tenemos que transmitirla a nuestra familia, nuestra sociedad y a nuestros compromisos de la vida pública, pero en verdad, en justicia, en amor y en libertad.

 

¡Feliz año nuevo y que la Virgen nos cuide, nos ampare y también nos ayude a escuchar a Jesús!

Les dejo mi bendición: En el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén.

 

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