Colombia: la paz sí, pero no así
A los que miran desde lejos el proceso de paz en Colombia ha podido parecer muy extraño el hecho de que el pueblo colombiano haya rechazado en las urnas el tratado de paz. Sobre todo porque la tendencia de los medios de comunicación más importantes ha sido la de presentar el tratado como una oportunidad única e histórica para acabar con los enfrentamientos armados en Colombia que la han torturado durante décadas.
¿Quién no quiere la paz? ¿Quién ha podido responder 'no' a una cuestión tan clara? La pregunta decía así: "¿Apoya usted el acuerdo final para la terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera?". Muchos la calificaron desde el principio como tendenciosa. Es casi como preguntar cuántos son dos más dos. Responder de modo distinto a la respuesta evidente puede parecer de gente tonta o mala por rechazar una verdad evidente.
Lo que quizás no saben todos, ante la información sesgada a la que estamos acostumbrados, es que "el tratado final para terminación del conflicto y la construcción de una paz estable y duradera" tiene 297 páginas y es mucho más complicado que el programa electoral de cualquier partido democrático en el mundo. Eso quiere decir que votar sí significaba aceptar no sólo la reinserción de los guerrilleros desmovilizados, sino una serie de medidas agrarias, educativas, de seguridad pública y un largo etcétera de reformas nada fácil de evaluar.
Es cierto que para construir la paz y la reconciliación es necesario que ambas partes cedan y conceder una amnistía a personas que vivían fuera de la ley, lo cual no es fácil de aceptar por todos. No es lo mismo hablar del mercenario que combatía por dinero que del adolescente enrolado a la fuerza y obligado a apretar el gatillo para sobrevivir. Luego están los que usaban la guerrilla como una mafia para enriquecerse a través del narcotráfico, los secuestros y el impuesto que la guerrilla cobraba a campesinos y ganaderos. Por otro lado, en muchos lugares la gente se había acostumbrado a vivir bajo la protección de la guerrilla que tenía bajo control la delincuencia común. El argumento es simple para mentes simples: si a pesar de pagar impuestos el estado no me protege, prefiero pagar a la guerrilla que sí lo hace. Explícale a esa gente que eso no está bien en un estado de derecho, si puedes…
Pero lo que me ha llamado más la atención y han denunciado algunos obispos y católicos de a pie es la presencia de la ideología de género en el tratado. Hasta 10 veces el documento establece que serán apoyadas y sostenidas por el estado las asociaciones LGTBI (Lesbianas, gays, transexuales, bisexuales e intersexuales) por pertenecer a los grupos sociales más vulnerables. Es decir que junto a una intención legítima de proteger y promover a los más vulnerables: mujeres marginadas o maltratadas, poblaciones indígenas o afroamericanas, campesinos, niños, ancianos, etc.; se pide a los colombianos que den el permiso al estado para promocionar con dinero público la acción de ingeniería social de los LGTB.
Ante la fuerza de la ideología de género en el mundo, promovida incluso en un tratado de paz que no tiene nada que ver con este tema, cabe siempre la pregunta ¿Es de verdad razonable darle tanto protagonismo y tanto poder a un sector minoritario de la sociedad? Merecerán todo el respeto como cualquier ser humano, pero ¿por qué tenemos que entregar la educación de nuestros hijos en sus manos? ¿Por qué deben convertirse en una clase privilegiada? Y creo que no estoy exagerando.
Llama mucho la atención que en el tratado de paz cuando se habla de familia, se refiera casi exclusivamente a la economía familiar y a "la mujer como cabeza de familia", es decir, sin hacer referencia al marido. Hay que esperar más de cien páginas para que se oiga hablar al menos de "asociaciones de padres y madres". Por lo demás se habla después de ayudar o reunificar las familias separadas a causa del conflicto. Nada más. Nada se dice de apoyar a la institución familiar: madre, padre e hijos; como el fundamento más sólido de la educación de las nuevas generaciones, de su estabilidad emocional. La familia como la primera generadora de paz social, lo cual es evidente e históricamente constatable. Si no salvamos la familia, no podremos conservar la paz. Y con estos prolegómenos bien podemos decir: "la paz la queremos, sí, pero no así".