La vía del diálogo
Aunque la velocidad de la información haga caducar las noticias demasiado deprisa, no puedo faltar a mi compromiso de compartir lo que escuché y viví en el Encuentro por la Paz de este mes de septiembre en Asís. Me refiero esta vez a las mesas redondas que precedieron a la oración ecuménica e interreligiosa.
El tema del diálogo con el mundo y con las demás confesiones religiosas no es nuevo en la Iglesia, al menos si hablamos de la modernidad, pues ya Pablo VI, hace más de 50 años, en su encíclica programática lo promovía con gran convicción y lo proponía como uno de los fines del Concilio Vaticano II, que ya entonces había iniciado. Lo decía el Papa Montini con palabras como estas: “La Iglesia debe ir hacia el diálogo con el mundo en que le toca vivir. La Iglesia se hace palabra; la Iglesia se hace mensaje; la Iglesia se hace coloquio”.
Pude asistir a dos conferencias: una sobre la convivencia entre musulmanes y cristianos, y otra sobre el futuro de Europa. En ambas pudimos apreciar que el diálogo era no sólo necesario sino posible. No puedo decir que todos estuvieran de acuerdo pero sí que en los temas fundamentales había una gran convergencia, y sobre todo una gran cordialidad y un verdadero deseo de escuchar al otro; no sólo a los demás conferenciantes sino al público que tuvo un espacio considerable de tiempo para plantear sus preguntas.
Sin detenerme a dar nombres, que pueden ser consultados en el sitio web de la Comunidad de San Egidio, quisiera hacer una enumeración no exhaustiva de los oradores: obispos católicos de rito latino y oriental, obispos luteranos, anglicanos y ortodoxos; intelectuales musulmanes que habían formado parte del gobierno de países de mayoría musulmana o desempeñaban el papel de consejeros de Imanes de gran importancia; una premio nobel de la paz que contribuyó a la pacificación de Irlanda en tiempos del IRA; el alcalde de Tirana, etc. No había representantes de las religiones orientales porque participaban en otras conferencias que abordaban temas más afines a ellos.
De sus intervenciones quiero subrayar dos constataciones fundamentadas en hechos históricos recientes o pasados difíciles de cuestionar: En primer lugar que es posible la convivencia pacífica entre musulmanes y cristianos. Por ejemplo en Albania conviven sin grandes dificultades. Lo habían hecho también en Irak y Siria. Ha sido la guerra la que ha roto este equilibrio existente. Un equilibrio que no estaba exento de tensiones y dificultades pero que era entonces posible. Existe una verdadera voluntad de diálogo y de convivencia entre ambas partes. Sin duda por parte de la Iglesia Católica y de otras iglesias cristianas, pero también por parte de muchos imanes e intelectuales musulmanes y muchísimos creyentes del Islam, muchos de los cuales conviven con nosotros en Europa. Creo que son ya unos 30 millones.
La segunda constatación es que es imposible construir la Europa del mañana sin un esfuerzo de integración religiosa. Eso lleva consigo aceptar al inmigrante y al refugiado con su bagaje cultural y sus creencias religiosas y ayudarle a aceptar y a integrarse en la sociedad democrática y pluralista europea. Esto será posible si se respeta de verdad la libertad religiosa y de conciencia. La crisis de la democracia es uno de los grandes obstáculos para la integración. Una Europa que no respeta la religión cristiana ni musulmana o que impone un pensamiento único violentando la libertad de educación de las familias o las conciencias de los individuos no facilita la integración, la convivencia y la paz. Lo que muchos musulmanes aborrecen de Europa no es la presencia de otros credos, como el de los cristianos, sino la imposición de una cultura sin Dios y sin principios morales.
No quiero terminar sin dejar claro que se hicieron también patentes las dificultades que todos percibimos de modo dramático en lo que se refiere al fundamentalismo islámico. Un obispo nigeriano, sin pelos en la lengua, narró, sin ahorrar detalles, las dificultades en su país, sobre todo en el Norte, donde los agravios de los musulmanes contra los cristianos son muy frecuentes, además de las atrocidades de los terroristas de Boko Haram publicadas en parte por la prensa occidental. Habló también de la respuesta violenta de algunos cristianos que tratan de algún modo, no siempre comedido, de defenderse o incluso de vengarse.
Una joven del público de origen africano pero residente en Italia, se dirigió a los intelectuales musulmanes manifestando que lo que ellos decían no era lo que ella había aprendido en la escuela coránica, y que donde había aprendido el respeto, la libertad y el amor hacia los que creen o piensan de modo distinto, había sido en la Comunidad de San Egidio. Me atrevo a intuir que la muchacha no sólo había recibido acogida y profundos valores sino también ayuda material en momentos de gran dificultad. El camino de la reconciliación y la paz no puede ser otro que el amor desinteresado y el respeto profundo hacia la persona que nos ha enseñado Jesucristo.