Fuego sobre la tierra

Cada semana comento la lectura del Evangelio de la celebración litúrgica del domingo. Espero sea de provecho.

Lc 12,49-53.

En el evangelio de este domingo Jesús nos señala tres aspectos llamativos de su misión: he venido a traer fuego sobre la tierra; tengo que recibir un bautismo; he venido a traer la división. Comentemos el primero de ellos.

 

EXPLICACIÓN

¿Qué fuego?

Sorprende que Jesús diga que su misión en la tierra es traer fuego, y que querría que ya estuviera ardiendo. ¿De qué fuego se trata? No es el fuego de la venganza, puesto que Jesús reprendió a Santiago y Juan cuando pidieron fuego del cielo para consumir al pueblo de Samaría que no quiso alojar a Jesús y sus discípulos (Lc 9, 52-54). Jesús no se vengó de sus asesinos, sino que pidió para ellos el perdón del Padre porque no saben lo que hacen (Lc 23, 34).

Espíritu Santo y fuego

Juan Bautista había anunciado que Jesús bautizará en el Espíritu Santo y en el fuego. Se trata de un fuego que consumirá la paja y el árbol que no produce buen fruto (Lc 3, 9. 16-17). Ese bautismo en el Espíritu Santo y en el fuego se verificó en Pentecostés, cuando vieron aparecer unas lenguas como de fuego, que descendieron por separado sobre cada uno de ellos, y todos quedaron llenos del Espíritu Santo. La consecuencia de ese fuego en los apóstoles es clara: comenzaron a dar testimonio en su palabra y su vida de la salvación y la resurrección que Jesucristo nos trajo.

¿Por qué fuego sobre la tierra?

Dios, en el principio, con todo su cariño y dedicación, como cumbre de su obra creadora, modeló al hombre con tierra (Gn 2, 7). Ese mismo Dios siembra la semilla (Lc 8, 5-15) y envía fuego sobre esa tierra que había modelado, es decir, sobre cada hombre y sobre la humanidad entera. La semilla es la Palabra de Dios (Lc 8, 11), es decir, la Segunda Persona de la Santísima Trinidad, el Hijo. La semilla, Jesús, tiene como misión caer en tierra fértil, que son los que escuchan la Palabra con un corazón bien dispuesto, la retienen, y dan fruto gracias a su constancia (Lc 8, 15). El fuego que trae Jesús para que la tierra arda es el Espíritu Santo, que purifica en la tierra, es decir, en cada hombre y en la humanidad, los frutos malos, lo que no sirve.

 

APLICACIÓN

Eres tierra

Somos tierra, y a la tierra hemos de volver. Pero esa tierra de nuestro cuerpo tiene la mayor de las dignidades porque ha sido modelada con ternura por Dios, y está llamada a la resurrección del último día como templo de la Santísima Trinidad.

Déjate modelar

No somos los únicos actores en nuestra vida, ni somos simples víctimas de quienes quieren manipular e instrumentalizar nuestras vidas. Dios, el mejor Artista, quiere modelar nuestras vidas y hacer de ellas una obra de arte de bondad, que dé el máximo fruto. Pero no nos ha creado como materia meramente pasiva para su obra, sino que nos ha dado una libertad con la que podemos cooperar como coautores con esa obra, o podemos, en nuestro perjuicio, ignorarlo o incluso oponernos. De nosotros depende ofrecer un corazón bien dispuesto y constancia de colaboración con nuestro Creador, que quiere dar a nuestra vida una plenitud de sentido.

Déjate purificar

Esa obra de amor y arte que quiere hacer Dios en nuestras vidas la opera por medio de sus Manos, que son el Hijo y el Espíritu Santo. Ni nuestra vida está predefinida por un destino, por la genética o por el entorno, ni es sólo obra de nuestras decisiones y esfuerzos. Jesús está vivo, actúa, y quiere fecundar la tierra de nuestros corazones con su sabiduría y su amor. El Espíritu Santo puede ir purificando con su fuego todo lo que en nuestra vida no sirve, es paja, es árbol que no da fruto bueno: todos nuestros egoísmos, perezas, vicios y ofensas al prójimo.

 

La vida del hombre debe ser una continua oración y colaboración con Dios Padre para que con la palabra de su Hijo y el fuego de su Espíritu pueda fecundar la tierra de la humanidad con su mensaje de Verdad, y purificarla con su fuego de Amor. Es lo que más y lo que verdaderamente necesita la tierra.

 

Señor Jesús, quema con tu Santo Espíritu todo lo que no te agrada de mí, y enciende, en la fría tierra de mi corazón, la llama del amor a Ti y a mis hermanos, especialmente a los que más me cuesta amar.

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