Del enemigo, difiéndenos

Las meditaciones que presento quieren ser una lectura del Catecismo en clave de meditación, de diálogo o charla con el Señor. Escuchando el pedido de san Juan Pablo II, escribo esta adaptación de su Catecismo para llevarlo a la oración.

Querido Padre:

            Te pedimos que no nos dejes tomar el camino que conduce al pecado. La tentación no es un pecado, caer en ella es lo malo, rechazarla nos ayuda a crecer interiormente en orden a la virtud probada. En este sentido, la tentación es buena ya que nos permite volver a elegirte.

            San Pablo nos recuerda que Vos no permitirás una tentación superior a nuestras fuerzas y que siempre nos darás la gracia para superarla (1Co 10,13).

            No entrar en la tentación implica una decisión del corazón. Vos, Dios mío, sos mi tesoro y quiero allí tener mi corazón. No quiero servir a dos señores, sólo quiero ser tu servidor. La vigilancia es guarda del corazón y Jesús te pidió, Padre, que nos guardes en su nombre (Jn 17,11). Gracias, Espíritu Santo por despertarnos continuamente a esta vigilia…

            La última petición del Padrenuestro está contenida, también, en una oración de Jesús: “No te pido que los saques del mundo, sino que los guardes del Maligno” (Jn 17,15). El mal de la petición del Padrenuestro no es una abstracción, designa a una persona: a Satanás, el Maligno, el ángel que se opone a Dios.

            El diablo es “homicida desde el principio, mentiroso y padre de la mentira” (Jn 8,44); es “el seductor del mundo” (Ap 12,9); aquél por medio del cual entraron el pecado y la muerte en el mundo.

            “Quien confía en Dios, no tema al demonio” escribe san Ambrosio; también nos recuerda las palabras de san Pablo: “si Dios está con nosotros, ¿quién estará contra nosotros?” (Rm 8,31).

Al pedir ser liberados del maligno, oramos para ser asimismo liberados de todos los males presentes, pasados y futuros de los que él es el autor o instigador.

            Terminamos nuestra meditación rezando como en la Santa Misa: “Líbranos de todos los males, Señor, y concédenos la paz en nuestros días, para que, ayudados por tu misericordia, vivamos siempre libres de pecado y protegidos de toda perturbación, mientras esperamos la gloriosa venida de nuestro Salvador Jesucristo” (Misal).

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