Nos acercamos confiados

Las meditaciones que presento quieren ser una lectura del Catecismo en clave de meditación, de diálogo o charla con el Señor. Escuchando el pedido de san Juan Pablo II, escribo esta adaptación de su Catecismo para llevarlo a la oración.

Querido Señor:

            Una de las invocaciones previas al Padrenuestro, en la Misa, reza así: “fieles a la recomendación del Salvador y siguiendo su divina enseñanza nos atrevemos a decir”. La liturgia nos invita a ser audaces; gracias, Jesús, por llamarnos a tener el coraje para dirigirnos al Padre con una confianza filial.

            A “los pequeños”, Señor, les revelaste el conocimiento del Padre; “la expresión Dios Padre no había sido revelada jamás a nadie”, escribió Tertuliano. Hoy podemos adorar al Padre, porque Él nos adoptó como hijos en Vos, Señor: por el bautismo nos incorporamos a tu Cuerpo y por la unción del Espíritu Santo nos hacemos “cristos”.

            De modo que podemos decir Padre porque hemos sido hechos hijos, afirma San Ambrosio.

            Este don gratuito de la adopción nos exige una conversión continua: “no podemos llamar Padre al Dios de toda bondad con un corazón cruel e inhumano” (San Juan Crisóstomo).

            Como buenos hijos debemos desarrollar dos disposiciones fundamentales: 1) El deseo y la voluntad de asemejarnos al Padre y 2) un corazón humilde y confiado: de niño, porque el Padre se revela a los pequeños…                                              

            Qué importante es la vida de infancia… De hecho, Señor, Vos dijiste que de los niños es el Reino de los cielos y que si no nos hacemos como niños no entraremos.

            Santa Teresita del Niño Jesús y san Josemaría Escrivá fueron dos expertos en la materia “vida de infancia espiritual”; muy recomendables son sus escritos al respecto.

            Este camino invita a ser sencillos, a saberse absolutamente dependiente de Dios, a tener deseos de saber y aprender con facilidad, a levantarse de las caídas como en los juegos de chicos, a ser dóciles en la formación y obedientes a los mandatos… Un niño no es autosuficiente, ni pedante o rencoroso; no le duran los berrinches y enojos; le gusta estar con sus padres y, si fue bien educado, es amable y agradecido.

            Ayudanos, Señor, a ser niños buenos que se merezcan estar con Vos.

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