La oración por excelencia

Las meditaciones que presento quieren ser una lectura del Catecismo en clave de meditación, de diálogo o charla con el Señor. Escuchando el pedido de san Juan Pablo II, escribo esta adaptación de su Catecismo para llevarlo a la oración.

Querido Señor:

            No nos cuenta el Evangelio cómo se llamaba el discípulo que te pidió que le enseñaras a rezar. Fue una muy buena petición. Seguramente supo recoger una inquietud que muchos tenían. Es lógico pensarlo ya que se había desvirtuado la oración convirtiéndola en algo demasiado formal y ritualista. “¡Misericordia quiero y no sacrificios! (Mt 12,1-8) les dijiste a los fariseos cuando criticaron a los apóstoles por una vana formalidad (como arrancar y comerse unas espigas en un día sábado). Ya lo había profetizado Malaquías: “Vosotros no me agradáis -dice el Señor de los ejércitos- no me complazco en la ofrenda de vuestras manos.”(1, 1-14).

            De modo que era importante saber tu opinión al respecto. Tu respuesta, la oración del Padrenuestro, fue un resumen de todo el Evangelio (Tertuliano). Vos, Señor, que nos enseñaste las palabras que el Padre te dio (Jn 17,7) nos regalaste la más perfecta de las oraciones (santo Tomás); el modelo para nuestra oración. Con ella no sólo pedimos lo que debemos desear; también nos sugeriste el orden.

            Primero pedimos que tu nombre sea alabado. Segundo, que reine tu justicia, paz y gozo (Rm 14,17). Tercero, que se cumpla tu voluntad. Cuarto, que no nos falte el pan material y espiritual. Quinto, que sepamos perdonar. Sexto, que no caigamos en el pecado. Y séptimo, que nos libres del tentador.

            El Padrenuestro es la oración fundamental de la Iglesia. Tu sermón de la montaña es doctrina de vida nueva y, el Padrenuestro (que está en el centro del anuncio) es la manera de pedirla. Nuestra nueva vida en Vos depende de la rectitud de nuestra oración.

            La llamamos “dominical” porque es tu oración (Dominus) que incluye todas las oraciones de la Biblia… No queremos repetirla mecánicamente, como una mera fórmula; queremos que tu Espíritu (que clama ¡Abba Padre! Gal 4,6) la haga vida en nosotros (Jn 6,63): Espíritu Santo enséñanos a los hijos de Dios a hablar con nuestro Padre Dios. Amén.

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