Dificultades y tentaciones

Las meditaciones que presento quieren ser una lectura del Catecismo en clave de meditación, de diálogo o charla con el Señor. Escuchando el pedido de san Juan Pablo II, escribo esta adaptación de su Catecismo para llevarlo a la oración.

Querido Señor:

            Qué fácil es distraerse durante la oración…; pero, peor aún, es dejarse llevar por el activismo y omitirla.

            Qué difícil es seguir tu consejo y estar vigilantes. Las distracciones sobrevienen en la oración mental y en la vocal; algunas podemos convertirlas en temas de nuestra meditación; otras, las dejaremos para tratar de volver a llevar el pensamiento a la oración.

            De las distracciones podemos predicar lo mismo que la tentación: lo malo no es ella misma; depende de nuestra elección. El combate se decide cuando se elige a quién servir (Mt 6,21.24).

            La palabra vigilancia viene de vigilia. El diccionario, en su primera acepción, la define como acción de estar despierto o en vela. Que fue, justamente, lo que no hicieron las vírgenes necias del Evangelio: cuando llegó el esposo y las encontró durmiendo y sin aceite en sus lámparas…

            Falta de vigilancia sería, también, quedarse dormido en la oración; algo que difícilmente pueda pasar hablando con una persona, pero que nos pasa hablando con Vos. Perdón, Señor, por ese sueño y por esa somnolencia.

            Otra dificultad en la oración es la sequedad. Sequedad es rezar sin gusto. Puede tener, por lo menos, dos fuentes: 1. Tu Voluntad de que pasemos momentos de aridez y 2. Nuestra falta de lucha, dejadez o abandono.

            En el primer caso, es el momento de la prueba; una oportunidad para vivir la fortaleza y manifestarte nuestra perseverancia; también le podemos pedir al Espíritu Santo el don de la piedad, que nos devolverá el gusto por la oración.

            En el segundo caso, debemos pedirte ayuda y retomar la decisión de convertirnos. Esta pereza, también llamada tibieza o acedía es el reverso de la presunción; pero no es humildad, ya que el hombre sencillo no se extraña de su miseria y ésta le lleva a una mayor confianza en Vos y a mantenerse firme en la constancia.

            Otra tentación que puede presentarse es la falta de fe. Muchas veces no se expresa en una declaración de incredulidad sino en algunas tristes actitudes, como –por ejemplo- posponer o dejar la oración para avocarnos a otras tareas que deberían esperar…, entrar en una vorágine que succione nuestras prácticas de piedad.

            Estas manifestaciones de falta de fe y de tristeza revelan que tenemos que recordar y pensar en lo que nos dijiste: “Sin Mí, no podéis hacer nada” (Jn 15,5).

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