La orante perfecta

Las meditaciones que presento quieren ser una lectura del Catecismo en clave de meditación, de diálogo o charla con el Señor. Escuchando el pedido de san Juan Pablo II, escribo esta adaptación de su Catecismo para llevarlo a la oración.

Queridísima Madre:

            Tu Hijo Jesús es el único mediador es el camino de nuestra oración; pero Vos, Madre, nos mostrás el camino; sos nuestro faro en las tempestades y peligros.

            Con Isabel nos maravillamos y decimos: “Cómo es que a mí la madre de mi Señor venga a visitarme?” Como san Juan Diego en el Tepeyac queremos escucharte decir: “¿Acaso no estoy yo aquí que soy tu madre?” Con tu ayuda queremos decirle siempre a Dios “hágase en mí según tu palabra” (Lc 1,38).

            “Ruega por nosotros pecadores ahora”, hoy y aquí: en mi casa, mi barrio, mi país. “Ruega por nosotros pecadores en la hora de nuestra muerte” que es el instante más importante de nuestra existencia terrena. En ese momento quiero volver a decir que “sí” y quiero que puedas acompañar mi alma hasta el encuentro con el Señor.

            El Santo Rosario surge en la piedad medieval de occidente sustituyendo la oración de las horas, que la gran mayoría de los fieles no podía leer… Al igual que todas las oraciones marianas está centrada en Jesús, tu hijo.

            El 16 de octubre del año 2002, san Juan Pablo II nos regaló su carta apostólica “RosariumVirginisMariae”; una carta preciosa que vale la pena releer y meditar. Entre otras cosas, nos escribe que el Rosario es un tesoro que hay que recuperar y nos invita a ser sus diligentes promotores.

            Madre, sos la orante perfecta, figura de la Iglesia. Quiero recibirte en mi casa como lo hizo san Juan, y orar con Vos y a Vos. Amén

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