Laicismo y fundamentalismo religioso
Con frecuencia los extremos se tocan. El comunismo soviético y el nazismo se enfrentaron en la Segunda Guerra mundial y la historia los ha calificado como extrema izquierda y extrema derecha. Sin embargo se parecían mucho en la doctrina y en los frutos.
Nacionalismo, populismo, imposición violenta de la voluntad del partido y eliminación sistemática de toda oposición; campos de concentración nazis y gulags soviéticos; millones de inocentes muertos, y no estoy hablando de los campos de batalla.
Algunos piensan que la solución del problema del fundamentalismo islámico es la eliminación de la religión, pero como no se puede porque la libertad religiosa es un derecho humano, entonces conviene reducirla al silencio, incluso marginarla o perseguirla culturalmente con la finalidad de que las personas religiosas aparezcan ante la opinión pública como personas ignorantes, raras, cerradas, intransigentes, residuo de un pasado oscurantista. Pero lo que llama la atención es la saña con la que se ataca el cristianismo en el Occidente de raíces cristianas.
Sería una grave equivocación levantar una persecución contra los musulmanes en Occidente por miedo al terrorismo, pero es todavía más absurdo atacar el cristianismo como si fuera un mal endémico. El cristianismo promueve la paz, la solidaridad, la responsabilidad social, protege la familia, impulsa todo tipo di virtud y de valor humano incluso un ecologismo sano (véase la encíclica Laudato si del Papa Francisco). Todo esto dejando aparte los beneficios espirituales de brotan de la amistad con Dios que son, con mucho, los más importantes.
El argumento es actualísimo. Dos obras de arte blasfemas, una en Pamplona (España) confeccionada con ostias consagradas robadas sacrílegamente durante la comunión de la Misa, otra en Lucca (Italia) una foto de un Cristo inmerso en un vaso lleno de orina. Me ahorro el nombre de los artistas porque no merecen la publicidad, uno español y otro norteamericano pero de nombre y apellido claramente hispano.
En estos días se le ha negado al obispo de Sassari (Italia) la posibilidad de visitar una escuela porque un poco menos de la mitad de los alumnos del centro educativo, que lleva el nombre de San Donato, no es católica. Muy certera la respuesta de Ugo Cappellacci, político local, que ha declarado: “Es necesario educar en el respeto a las diferencias y no en su negación, lo cual aumenta las tensiones en lugar de favorecer la convivencia. No es razonable que una religión sea etiquetada como una ‘ofensa a otra religión’ asumiendo un comportamiento de integrismo laicista”.
Efectivamente, si presentamos el cristianismo como enemigo del Islam, les estamos dando la razón a los fundamentalistas. Si nosotros no respetamos nuestra religión mayoritaria, por muy en crisis que esté, ¿por qué ellos deberían hacerlo en los países de mayoría musulmana? Si en Occidente no se puede practicar la propia fe y profesarla públicamente con tranquilidad ¿qué esperanza pueden tener de encontrar una acogida pacífica entre nosotros? Si en Occidente si impone por la fuerza de la ley el ateísmo, el vacío espiritual y religioso, se promueve el deseo de imponer del mismo modo lo contrario. “Hoy vosotros imponéis por la fuerza el vacío, mañana nosotros impondremos la sharia islámica”.
Para las personas que creen en Dios, que son con gran diferencia la mayoría de la población mundial, es mucho más atrayente y razonable una sociedad donde todos profesan una misma fe, o donde conviven en paz personas de diversos credos, que una sociedad donde se nada en la 'nada' espiritual y moral, valga la redundancia. Una sociedad sin identidad, sin creencias, sin valores, sin esperanza, defrauda, asquea, produce jóvenes desilusionados que fácilmente se apegan a ideologías extremas de derecha o de izquierda, religiosas, o ateas. Y éste es el camino contrario de la paz.