Instructor de oración

Las meditaciones que presento quieren ser una lectura del Catecismo en clave de meditación, de diálogo o charla con el Señor. Escuchando el pedido de san Juan Pablo II, escribo esta adaptación de su Catecismo para llevarlo a la oración.

Querido Espíritu Santo:

            El día de Pentecostés, la Virgen y los Apóstoles te esperaban “en oración”. Desde ese momento, especialmente, comenzarás a instruir a la Iglesia en la vida de oración.

            Los Hechos de los Apóstoles (2,42) nos confirman que, en la primera comunidad, los creyentes rezaban. Ellos escuchaban y leían las Sagradas Escrituras -especialmente los salmos- actualizándolas a partir de su cumplimiento en Jesús.

            Vos, Espíritu de la Promesa, suscitaste nuevas fórmulas que expresan el misterio de Nuestro Señor, que actuará en la vida de los fieles, en los Sacramentos que nos dejó y en la misión misma de su Iglesia. Estas nuevas formulaciones se desarrollarán en las grandes tradiciones litúrgicas y espirituales.

            Estas formas de oración que se encuentran en los escritos apostólicos siguen estando vigentes. El catecismo las comenta; nosotros las enumeraremos y luego las meditaremos. Estas son: la bendición y la adoración, la oración de petición -súplica y petición-, la intercesión, la acción de gracias y la alabanza.

            Y comenzaremos con la bendición.

            En primer lugar, debemos decir que sos Vos quien nos bendice. Por eso, nosotros podemos bendecir a la “Fuente de toda bendición”; nosotros bendecimos porque hemos sido bendecidos.

            La adoración es nuestra primera actitud cuando nos reconocemos criaturas tuyas, Señor. Con ella exaltamos tu grandeza creadora y tu omnipotencia salvadora que nos libra del mal. También con ella te reconocemos como el “Rey de la gloria” (Sal 14, 9-10), nos ayuda a ser más humildes y da seguridad a nuestras súplicas.

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