La conversión del corazón

Las meditaciones que presento quieren ser una lectura del Catecismo en clave de meditación, de diálogo o charla con el Señor. Escuchando el pedido de san Juan Pablo II, escribo esta adaptación de su Catecismo para llevarlo a la oración.

Querido Señor:

            La oración de Moisés es la figura cautivadora de la oración de intercesión. También en su vida Vos lo “primereaste”. Lo llamaste desde la zarza ardiendo (Ex 3, 1-10) para enviarlo y asociarlo a tu obra salvadora.

            Moisés expone algunas excusas pero obedece y cumple.

            El libro del Éxodo (Ex 33, 11) nos cuenta que Moisés hablaba cara a cara con Vos “como habla un hombre con su amigo”. La oración de Moisés es típica oración contemplativa; conversaba frecuentemente y durante largo rato con Vos, Señor.

            Subió a la montaña para escucharte y bajó luego a transmitir al pueblo tus enseñanzas.

            El libro de los Números (Nm 12, 3) dice que Moisés fue el hombre más humilde de la tierra. De la intimidad con Vos sacó la fuerza y tenacidad de su intercesión. No pide para él, pide para su pueblo. Intercede durante la guerra, pide por los enfermos y, sobre todo, reza después de la apostasía del pueblo.

            Todos los guías del pueblo elegido -pastores y profetas- enseñan a rezar. Samuel aprendió de su madre -Ana- y del sacerdote Elí. David ruega por su pueblo y en su nombre; su alabanza y arrepentimiento son un modelo de oración. En sus salmos es el primer profeta de la oración judía y cristiana. La casa de oración -el Templo de Jerusalén- que David quiso construir será obra de su hijo Salomón.

            La misión de los profetas fue la educación en la fe y la conversión del corazón.

            Elías fue el padre de los profetas. “Respóndeme, Señor, respóndeme” (1 R 18, 20-39) son palabras de Elías recogidas en la epíclesis eucarística de los liturgias orientales.

            Los salmos son la obra maestra de la oración del Antiguo Testamento. El Salterio es el libro en el que la Palabra de Dios se convierte en oración de los hombres.

            Los salmos no cesan de enseñarnos a orar individual y comunitariamente. Son un espejo de las maravillas de Dios y su oración está siempre orientada a la alabanza.

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