Abel, Noé y Abraham

Las meditaciones que presento quieren ser una lectura del Catecismo en clave de meditación, de diálogo o charla con el Señor. Escuchando el pedido de san Juan Pablo II, escribo esta adaptación de su Catecismo para llevarlo a la oración.

Querido Señor

            Gracias por habernos querido llamar de la nada a la existencia. Junto a los ángeles nos permitís reconocer qué glorioso es tu Nombre en toda la tierra (Sal 8, 2).

            Incluso después de haber perdido tu semejanza, por el pecado, permitiste que continuáramos siendo imagen Tuya. ¡Qué privilegio y qué responsabilidad! Gracias, Señor, por habernos llamado al encuentro misterioso de la oración. Vos tomaste la iniciativa; “nos primereaste” como dice el papa Francisco. Tu llamada es incansable aunque el hombre se esconda lejos, corra detrás de sus ídolos o te acuse de haberlo abandonado.

            La oración está unida a la historia de la humanidad; la historia universal no es más que tu relación con la humanidad: con todos los hombres, con cada hombre, aunque estos no se den cuenta.

            El libro del Génesis, que nos habla de la creación, nos muestra que Vos, desde el principio y siempre, nos has llamado a orar.

            Gracias, Señor, por tu invitación y por tu perseverante paciencia.

            El catecismo nos sugiere imitar a quienes, desde el principio, aceptaron esta invitación, y recuerda:

            La generosidad de la ofrenda de Abel (Gn 4, 4), la invocación del Nombre divino de Enos (Gn 4, 26), la docilidad de Noé (Gn 6, 9) y, especialmente, la fidelidad de Abraham.

            Abraham se puso en camino como Dios se lo pidió (Gn 12, 4). Obedece de todo corazón.

La oración de Abraham se manifiesta primeramente con los hechos

            Las palabras tienen un valor relativo, lo esencial en la oración es cumplir Tu voluntad, Señor.

            Para purificar su fe, le pediste que sacrificara a su hijo Jacob. Y no vaciló: “Dios proveerá el cordero para el holocausto”.

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