Perdidos al mediodía

¡Hola! Soy Aquiles, un intento de joven cristiano español. Cada dos semanas, os iré contando lo que me ha pasado, lo que he hecho y lo que creo que debería haber hecho.

Hace poco creo que comprendí de verdad lo que es rezar. Sentí la necesidad de gritar a Dios y de que me ayudara, y "haciéndose de rogar", puedo decir que experimenté cómo me escuchaba y me ayudaba. Me explico. En España ahora es verano, y dentro de poco comienzan otra vez las clases, por lo que decidí, para aprovechar los últimos días de vacaciones, realizar una peregrinación con otros jóvenes de mi parroquia al monasterio de Santo Toribio de Liébana, donde está el trozo más grande que se conserva en todo el mundo de la Cruz de Jesús. El monasterio se encuentra en los Picos de Europa, una cordillera del norte de España.

Decidimos hacer el viaje en 3 etapas, caminando por las montañas y durmiendo en los refugios. El primer día todo salió según lo planeado, empezamos la ascensión, y aunque un poco cansados, llegamos sin problemas al refugio de montaña donde íbamos a pasar la noche. Amaneció lloviendo y con una niebla muy densa, pero decidimos seguir con la ruta. Comenzamos a ascender, internándonos en las montañas. La niebla era bastante densa y estaba lloviendo. Como ya os podéis imaginar, a media mañana nos habíamos perdido. Nos habíamos saltado el camino que bajaba al pueblo.

Después de comer, empezamos a ponernos nerviosos. El mapa lo dejaba claro: siempre abajo y a la derecha, pero cada vez que conseguíamos subir una montaña, detrás nos encontrábamos otra igual de grande. Sin apenas agua, el cúlmen de la desesperación llegó cuando a las 5 de la tarde, tras llegar a la cima de la que creíamos que era la última montaña antes del pueblo, que por cierto se llamaba Caín, precisamente igual que el hijo de Adán y Eva que mató a Abel, nos encontramos con un cortado, completamente vertical que hacía imposible el descenso.

Yo la verdad es que me había pasado casi toda la tarde preocupado, nervioso, pensando que no íbamos a llegar, y había rezado varios rosarios, pero parecía que no surtían efecto, siempre más montañas detrás de las que habíamos subido. Fue en ese momento, cuando a 2000 metros solo teníamos 3 horas para encontrar un camino y bajar al pueblo antes de que anocheciera, cuando la oración medio piadosa de antes se convirtió en rabia, miedo y desesperación. Me quejé a Dios. Le acusé, y lo sentí lejano, sentí que nos había abandonado. Pero junto a la queja, salió también, y con más fuerza una súplica, sintiéndome impotente e incapaza de superar la situación.

Tuvimos que darnos la vuelta y desviarnos hacia el norte, alejándonos cada vez más del pueblo. Mientras andábamos yo, y supongo que el resto también, continuaba con mi oración a Dios, vacía de palabras, pero llena de sentimiento y sobre todo, de fe. A las 7 de la tarde, ya sin agua en la cantimplora, ocurrió lo que nadie se esperaba. De pronto, nuestra derecha, aparecía una pequeña senda que se perdía hacia abajo entre dos montañas. No dijimos mucho, pero todos sabíamos lo que pasaba, nuestra súplica había sido escuchada.

A nuestros pies se abría el valle del río Cares, en cuya orilla se encuentra el pueblo de Caín. El valle tenía tal pendiente que hasta caminando por la senda resultaba peligroso. Haber intentado bajar por cualquier otro sitio habría sido completamente imposible. A las 10 de la noche llegamos al pueblo. Igual que en la queja y en la petición, ahora de mi alma salía una oración de acción de gracias, también vacía de palabras, pero llena de sentimiento, fe, y amor.

Cuando dos días más tarde estábamos en Santo Toribio, contemplando y adorando la cruz de Nuestro Señor no hacía otra cosa que pensar en Jesús, en los sufrimientos de su pasión, y me acordaba de que él también se había sentido solo y abandonado. No podía evitar comparar su cruz con nuestra pequeña cruz que habíamos tenido que soportar esos días. Me di cuenta de que si no llega a ser por su ayuda, no habríamos podido superarla. Me venía a la mente ese dicho popular: "Dios aprieta, pero no ahoga". Parecía que no podíamos, que la cruz iba a ser demasiado pesada, pero se nos había olvidado que Jesús siempre camina con nosotros.

Queridos amigos, de esta experiencia aprendí dos cosas buenas. La primera, es que como jóvenes, que tenemos problemas que a veces ni siquiera nosotros somo capaces de entender, la mejor manera de rezar no es otra que la de realizar una conexión de nuestro corazón con el de Jesús, como cuando conectas tu móvil al wifi, y dejar que sea el Señor quien mire en nuestro corazón y venga en nuestra ayuda. Y la segunda, que aunque parezca que estemos solos, que el Señor nos abandona, él siempre va a estar allí y nunca nos cargará cruces que no podamos llevar, siempre en su compañía.

Esto es todo por hoy, espero que os haya ayudado el consejo de uno como vosotros, el consejo de un amigo. 
 

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