Ritmos de la oración
Las meditaciones que presento quieren ser una lectura del Catecismo en clave de meditación, de diálogo o charla con el Señor. Escuchando el pedido de san Juan Pablo II, escribo esta adaptación de su Catecismo para llevarlo a la oración.
Querido Señor:
Si la oración es la vida del corazón nuevo, sin oración no hay vida nueva; se nos muere el alma… La oración debe “animarnos” (animar es vivificar el cuerpo) en todo momento.
"Es necesario acordarse de Dios más a menudo que de respirar" interpela san Gregorio Nacianceno. Pero no se puede estar en presencia de Dios ni orar continuamente si no se ora en algunos momentos con particular dedicación, intensidad y duración.
La tradición de la Iglesia propone ritmos para alimentar la oración continua. Algunos son diarios: la oración de la mañana y de la noche, antes y después de comer, la liturgia de la horas. El domingo, centrado en la Eucaristía, se santifica principalmente con la oración. El año litúrgico y sus grandes fiestas marcan un ritmo fundamental.
A cada uno -Vos, Señor- nos llevás por los caminos que estimás oportunos y de la manera que te parece mejor. Cada uno reza como lo inspire el Espíritu Santo; no obstante ello, la tradición nos ofrece tres expresiones principales: la oración vocal, la meditación y la contemplación.
Tienen en común un rasgo fundamental: el recogimiento del corazón.
Dios nos habla por su Palabra y en palabras -mentales o vocales- nuestra oración toma cuerpo. Pero "que nuestra oración se oiga no depende de la cantidad de palabras, sino del fervor de nuestras almas", nos recuerda san Juan Crisóstomo.
La oración vocal es indispensable en la vida cristiana. Vos nos enseñaste el Padrenuestro… y Vos no sólo rezaste las oraciones litúrgicas de la sinagoga; también hiciste tu oración personal: desde una bendición exultante al Padre (Mt 11, 25-26), hasta una oración agonizante en Getsemaní (Mc 14, 36).
Somos cuerpo y espíritu; y necesitamos manifestar exteriormente nuestros sentimientos.