Corazón orante
Las meditaciones que presento quieren ser una lectura del Catecismo en clave de meditación, de diálogo o charla con el Señor. Escuchando el pedido de san Juan Pablo II, escribo esta adaptación de su Catecismo para llevarlo a la oración.
Querido Señor:
¿De dónde viene la oración del hombre? pregunta el Catecismo. Y responde que el que ora es todo el hombre, cualquiera sea su lenguaje (gestos y palabras)- Pero, para designar el lugar donde brota la oración, las Sagradas Escrituras hablan a veces del alma o del espíritu, y más de ¡mil veces! del corazón.
Es el corazón el que ora y, si está alejado de Dios, su expresión es vana.
Y no puede ser de otra manera pues el corazón es la morada donde vivo, el lugar de la verdad de mis decisiones, mi escondite que solo Vos y yo conocemos. También es mi lugar de encuentro con el Padre y donde hemos sellado nuestra alianza.
Vos, Señor, te quejaste fuerte y justamente a Santa Margarita María de que los hombres estamos hechos unos ingratos. Y, especialmente te causan dolor, aquellas almas que se han consagrado a Vos y te han abandonado u olvidado.
Tu queja, Jesús, se parece mucho a la que escribe el profeta Ezequiel (capítulo XVI). Qué tremenda ingratitud la de Israel para con tu Padre (y Padre nuestro). Él, como un hombre generoso, recogió a una bebita que había sido tirada en el campo sin que siquiera le hubieran cortado el cordón umbilical. Y allí estaba, revolcándose en su propia sangre. Él la rescató y se comprometió a cuidarla. Le dio lo mejor de lo mejor: manjares, ricos vestidos y joyas… Cuando creció se hizo hermosa por el esplendor que recibió. Pero ella se comportó como una esposa adúltera y se prostituyó como la peor de las rameras, con todo tipo de amantes. Y, su señor, no dejó de cumplir su promesa; cumplió su juramento y así se lo manifestó para que lo recuerde y se avergüence de su maldad.