Cardenal Sarah: «África puede aportar los bienes más preciosos: fidelidad a Dios, al Evangelio, adhesión a la familia, a la vida»

Les ofrecemos un extracto publicado en 'L’Homme Nouveau' sobre el libro entrevista al cardenal Robert Sarah titulado 'Dieu ou Rien'.

Autor: VenL. / Fuente: L’Homme Nouveau.

"OCCIDENTE QUIERE IMPONER LOS VALORES OPUESTOS".

'Dios o nada', Eminencia, es la línea de conducta de la santidad. ¿Quiere usted ser un santo?

Sí, porque es nuestra vocación primera: ser santo, porque el Señor, nuestro Dios, es santo. Por medio de 'Dieu ou rien', me gustaría que Dios llegara a estar en el centro de nuestros pensamientos, en el centro de nuestros actos, en el centro de nuestra vida, en el único lugar que debe ocupar, a fin de que nuestro caminar como cristianos gravite alrededor de esta Roca y de la firme seguridad de nuestra fe. Con este libro pretendo dar testimonio de la bondad de Dios, a través del relato de mi propia experiencia. Dios es lo primero en nuestra vida, porque Él nos ama y la mejor manera de devolverle este amor consiste en amarlo al cien por cien. Desgraciadamente, el mundo occidental ha olvidado la primacía del amor divino. Es necesario recuperar esta relación con Dios. Por eso publico mi testimonio, para invitar al mundo a no rechazar más a Dios. Cuando observo mi vida veo, en efecto, la clarísima huella de la predilección divina. Provengo de una humilde familia africana y de un pueblo muy alejado del centro de la ciudad. ¿Quién habría podido decir en el momento de mi nacimiento lo que Dios iba a realizar? Para  ser seminarista y luego sacerdote, fui de Guinea a Senegal, pasando por Costa de Marfil y Francia. Después, fui obispo de Conakry, en condiciones difíciles. Más tarde fui llamado a Roma, en el mismo corazón de la Iglesia. ¿Cómo obviar entonces que cada etapa de mi vida constituye un signo evidente de la acción de Dios sobre mí?

¿Cuáles son las fuerzas y las debilidades del catolicismo africano?

Tiene razón a la hora de hablar sobre fuerzas y debilidades. La Iglesia en África es joven aún, y todo lo que es joven es frágil. Es necesario acrecentar el número de cristianos, no sólo en términos cuantitativos, sino asimilando mejor el Evangelio, ayudando a los cristianos a vivir plenamente, sin reticencias ni compromisos, tanto en la teoría como en la práctica, las exigencias de la fe cristiana. Los Papas siempre han orientado en esta dirección. Cuando Pablo VI en 1969, designaba a África como la nova patria Christi [nueva patria de Cristo], evocaba una realidad que no nos impide la necesidad, a nosotros como africanos, de acoger más profundamente el Evangelio. Cuando encontramos el Evangelio y cuando el Evangelio nos penetra, nos desestabiliza, nos transforma, nos cambia radicalmente y nos da nuevas orientaciones y referencias morales. Por eso yo ruego verdaderamente y de todo corazón que Cristo habite en África, ya que de ahora en adelante es su nueva patria. Aunque, al mismo tiempo, hay un verdadero dinamismo en la Iglesia africana y creo, con certeza, que está llamada a desempeñar  un importante papel en la Iglesia universal. La Iglesia en África responde profundamente al deseo de Dios. Él así lo ha querido desde su origen. Cuando hablo de los orígenes, no me refiero solamente a San Agustín, si no que pienso de igual manera en que fue un país africano, Egipto, el que acogió a la Sagrada Familia y el que permitió salvar a Jesús. También fue un africano, Simón de Cirene, quien ayudó a Cristo a llevar su Cruz hasta el Gólgota. África ha estado relacionada con la Historia de la Salvación desde los orígenes. Y, hoy en día, en el contexto de crisis profunda, cuando la fe se pone en duda y se rechazan los valores, creo firmemente que África puede aportar en su pobreza, en su miseria, los bienes más preciosos: su fidelidad a Dios, al Evangelio, su adhesión a la familia, a la vida, en un momento histórico en el que Occidente da la impresión de querer imponer valores opuestos.

Hay muchos sacerdotes en África. ¿Está usted preocupado por la falta de formación clerical tal y como sucede todavía a menudo en Francia?

Tenemos muchas vocaciones, pero no suficientes formadores sólidos y con experiencia. Vea usted, a menudo nos encontramos con jóvenes sacerdotes que, una vez terminados sus estudios en París o en Roma, enseguida son llamados a dar clase en los seminarios. No tienen la experiencia suficiente ni tampoco realmente consolidada por el tiempo ni por una relación personal con Jesús. Están en la situación de tener conocimientos sin haberlos asimilado realmente sobre el terreno. Nuestro drama no es, pues, la falta de sacerdotes, sino la falta de sacerdotes configurados con Cristo y transformados en Ipse Christus [Cristo mismo]. En cierta manera, somos demasiados sacerdotes. Actualmente hay más de 400.000  sacerdotes en el mundo. Ya a principios del siglo VII, San Gregorio Magno escribía: “El mundo está lleno de sacerdotes, pero raramente encontramos un obrero en la cosecha del Señor;  aceptamos con agrado la función sacerdotal, pero no hacemos el trabajo que esta función conlleva”. ¿Qué es lo que ha transformado al mundo? Doce apóstoles absorbidos por Jesús, asidos por Jesús. Carecemos de este tipo de sacerdotes. Ciertamente, han estudiado muchos textos científicos, pero se manifiestan incapaces de alimentar al pueblo de Dios y de acercarlo a la radicalidad del Evangelio, porque ellos mismos no han visto realmente ni se han encontrado con Cristo personalmente. Deberían ser como San Agustín. Además de su calidad excepcional como teólogo, su palabra salía de su corazón y de su propia experiencia. ¡Este es el perfil de sacerdotes que yo querría!

La manera en la que está hecha la reforma litúrgica y a la vez el espíritu litúrgico en el cual se realiza la formación de los sacerdotes, ¿no se alejan del modelo sacerdotal que usted predica?

Constatamos cada vez más que el  hombre busca ocupar el lugar de Dios, que la liturgia se convierte en un mero juego humano. Si las celebraciones eucarísticas se transforman en lugares de aplicación de nuestras propias ideologías pastorales y de opinión de nuestras opciones políticas, que no tienen nada que ver con el culto espiritual que debemos celebrar según la manera querida por Dios, el peligro es inmenso. Creo que es urgente introducir más esmero y fervor en la formación litúrgica de los futuros sacerdotes. Su vida interior y la fecundidad de su ministerio dependerán de la calidad de su relación con Dios, dentro de este cara a cara que la liturgia nos propone experimentar.

Usted cuenta en su libro, con relación a este tipo de opciones, la anécdota de la supresión del baldaquino de la catedral de Conakry por Monseñor Tchidimbo

Sí. ¡Fue una reforma litúrgica a la francesa! Se ha querido mejorar la participación del pueblo de Dios en la liturgia, sin preguntar suficientemente, quizás, sobre el significado de esta 'participación'. ¿Qué quiere decir 'participar en la liturgia'? Quiere decir penetrar plenamente en la plegaria de Cristo. Nada que ver con el ruido, con la agitación ni con el hecho de que cada uno desempeñe un papel, como en un teatro. Se trata de penetrar en la plegaria de Jesús, de inmolarse con Él, de ser, en cierta medida transubstanciados y convertirnos, nosotros mismos, en hostias vivas, santas, agradables a Dios. Es exactamente lo que San Gregorio de Nacianzo afirma cuando dice: "Vamos a participar en la Pascua… Y bien, en cuanto a lo que nos atañe, participemos de manera perfecta… Ofrezcamos como sacrificio no terneros ni corderos con cuernos y pezuñas … Ofrezcamos a Dios un sacrificio de alabanza sobre el altar celeste, en unión con los coros del Cielo. Lo que voy a decir va aún más lejos: es a nosotros mismos a quienes debemos ofrecer a Dios en sacrificio: Ofrezcámose cada día toda nuestra actividad. Aceptemos todo por Cristo: mediante nuestros sufrimientos, imitemos su Pasión; mediante nuestra sangre, honremos su Sangre; ¡subamos a la Cruz con fervor!”. No se trata de repartirnos papeles o funciones. Progresivamente, somos llamados a entrar en el misterio eucarístico y a celebrarlo como Jesús y como la Iglesia lo ha celebrado siempre. La Eucaristía debe asemejarnos a Cristo, convertirnos en un solo y mismo ser con Cristo. Convertirme yo mismo en Cristo. Benedicto XVI ha sido claro al decir que la Iglesia no se construye a golpe de rupturas, sino en la continuidad. El Sacrosanctum Concilium, el texto conciliar de la sagrada liturgia, no suprime el pasado. Por ejemplo, no ha pedido nunca la supresión del latín o la supresión de la Misa de San Pío V.

Usted subraya la necesaria perpetuidad de la enseñanza moral de la Iglesia, pese a la presión de las corrientes relativistas ¿Es todo cuestión del magisterio? ¿Cómo concebir, de cara al futuro, el funcionamiento de este magisterio?

Hay que conservar absoluta, fiel y preciosamente los dones esenciales de la fe cristiana, dentro de una inteligencia que busca explorarlos en profundidad y comprenderlos de manera activa y siempre nueva. Mas debemos conservar intacto el depósito de la fe y guardarlo al abrigo de toda violación y de toda alteración. Si la Iglesia comienza a hablar como el mundo y a adoptar el lenguaje del mundo, deberá aceptar el cambio de su modo de enjuiciamiento moral y, en consecuencia, deberá abandonar su pretensión de querer clarificar y guiar a las conciencias. De este modo, la Iglesia deberá renunciar a su misión de ser para los pueblos luz de verdad. Deberá renunciar a decir que posee bienes que son fines, que perseguirlos es noble para el hombre, no solo como valor sino como objetivo por conseguir. Sobre todo, deberá renunciar a decir que sostiene que hay actos que son en sí mismos intrínsecamente malos y que ninguna circunstancia los permite. Pienso, pues, que el magisterio debe permanecer firme como una roca. Porque si creamos una duda, si el Magisterio se sitúa en relación con el mundo en que vivimos, la Iglesia ya no tendrá el derecho de enseñar. Hoy en día lo más urgente es, ciertamente, la estabilidad que deben tener las enseñanzas de la Iglesia. El Evangelio es el mismo. No cambia. Naturalmente, siempre es preciso un trabajo de formulación para llegar mejor a las personas, pero no podemos, bajo el pretexto de que ya no nos escuchan, adaptar las enseñanzas de Cristo y de la Iglesia a las circunstancias, a la historia o a la sensibilidad de cada uno. Si creamos un magisterio inestable, creamos una duda permanente. Hay un inmenso trabajo que hacer a este respecto: hacer perceptibles las enseñanzas de la Iglesia conservando intacto el núcleo de la doctrina. Por eso es inadmisible separar la pastoral de la doctrina: una pastoral sin doctrina es una pastoral construida sobre arena.

Se tiene la impresión de que actualmente no hay una frontera definida, dentro de la Iglesia, entre los que están fuera y los que están dentro de ella. En Francia, por ejemplo, hay universidades católicas donde se enseñan explícitamente herejías y permanecen siendo “católicas”. En el último Sínodo, algunos sostenían la línea que usted promueve, pero otros decían lo contrario. Ahora bien, todas son consideradas como “católicas”. Por el bien de las almas, ¿no habría que volver, no solo a una enseñanza clara, sino también a la declaración explícita de que tal o tal cosa ya no es católica?

Yo creo que permitir decir a un sacerdote o a un obispo cosas que quebranten o arruinen el depósito de la fe, sin exigir explicaciones, es una falta grave. Como mínimo hay que interrogarle  y pedirle que explique las razones de sus palabras, sin dudar exigir que las reformule conforme a la doctrina y a la enseñanza secular de la Iglesia. No podemos dejar a la gente que escriba o que diga cualquier cosa sobre la doctrina, la moral, cosa que actualmente desorienta a los cristianos y crea una gran confusión sobre lo que Cristo y la Iglesia siempre han enseñado. La Iglesia nunca debe abandonar su título de Mater y Magistra: su papel de madre y de educadora de los pueblos. Como sacerdotes, obispos o simples laicos, nos equivocamos al no decir que una cosa es falsa. La Iglesia no debe dudar al denunciar el pecado, el mal y toda mala conducta o perversiones  humanas. La Iglesia asume, en nombre de Dios, una autoridad paternal y maternal. Y esta autoridad es un humilde servicio por el bien de la humanidad. Sufrimos hoy en día una carencia de paternidad. Si un padre de familia no dice nada a sus hijos sobre su conducta, no actúa como un verdadero padre. Traiciona a su razón y a su misión paternal. El primer deber del obispo consiste, pues, en interpelar a un sacerdote cuando los propósitos de este último no sean conformes a la doctrina. Se trata de una penosa responsabilidad. Cuando Juan el Bautista respondió a Herodes: No tienes el derecho de tomar a la mujer de tu hermano, perdió la vida. Desgraciadamente, en la actualidad, la autoridad se calla a menudo por miedo a ser tratado de intolerante o  ser decapitado. Como si mostrar la verdad a alguien lo convirtiera en un ser intolerante o integrista, cuando se trata de un acto de amor.

En Francia, el catolicismo institucional está envejecido, mientras que la base, lo que llamamos “nuevo catolicismo”, es joven y dinámica. Pero hay un desfase entre este catolicismo sobre el terreno y muchos pastores. ¿No existe un problema en la nominación de los obispos?

Es una pregunta difícil la que me planteáis. Dejemos que el Espíritu Santo nos trabaje, nos transforme y nos renueve. Pues es Él el que renueva verdaderamente la faz de la tierra. Es Él el que da vida y santifica a la Iglesia. En lo que respecta al segundo punto de vuestra pregunta, me gustaría simplemente dar esta información. La lista de los nombres y de los candidatos al episcopado son generalmente propuestos por la Conferencia Episcopal nacional. La Conferencia Episcopal, consciente de los desafíos actuales, de la problemática de la Iglesia de Francia y de la diócesis por cubrir, sugiere candidatos dignos e idóneos. La nominación de un obispo es una enorme responsabilidad ante Dios y ante la Iglesia. Los nombres de los candidatos al episcopado, en otros términos, la “terna”, son presentados al nuncio apostólico. El nuncio apostólico, después de haber obtenido la autorización del dicasterio competente, procede a la encuesta sobre cada candidato. El nuncio y  Roma confían enteramente en la conciencia, en la rectitud y en la honestidad de las informaciones. Si todo se hace en el temor de Dios y por el bien de la Iglesia, no hay razón para que la contribución de los informadores no pueda ayudar al Papa a elegir buenos obispos. Todo depende de la Iglesia local. Pero me gustaría también señalar que a veces excelentes sacerdotes no están hechos para ser obispos. También ocurre que un excelente sacerdote, una vez hecho obispo, llegue a ser irreconocible, porque la autoridad, el ejercicio del poder, lo han modificado profundamente. En lugar de ser un padre, un guía espiritual y un pastor, se convierte en un jefe difícil y pobre en relaciones humanas.

Traducido al castellano por Ana Cristina Saiz.