“¿Eres Tú el que ha de venir?”

Rubén Oscar Frassia es Licenciado en Teología Moral por la Universidad Gregoriana de Roma. Fue ordenado obispo por san Juan Pablo II en 1992. Actualmente es obispo de la diócesis de Avellaneda-Lanús.

Mt 11, 2-11

Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus discípulos para preguntarle: "¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?". Jesús les respondió: "Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para quien yo no sea motivo de tropiezo!". Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la multitud, diciendo: "¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué fueron a ver? ¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los palacios de los reyes. ¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta. Él es aquel de quien está escrito: Yo envío a mi mensajero delante de ti, para prepararte el camino. Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él.

 

Cuando Juan el Bautista estaba en la cárcel, sabía lo que iba a suceder y quería escuchar una respuesta que era la más importante para su vida: ¿Jesús, era o no era el Mesías? Una pregunta tan importante que Jesús le responde, vayan a contarle a Juan lo que ustedes oyen y ven, y relata: los ciegos ven, los paralíticos caminan, los leprosos son purificados, los sordos oyen, los muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres.

 Ciertamente que la evangelización también lleva a una constante liberación, sanación, de esclavitudes, de sufrimientos, de falta de justicia, y de tantas otras cosas. Siempre la evangelización, el Buen Anuncio, reclama la liberación del ser humano, de la persona, de los pueblos, de las familias.

 Esa pregunta también nos la tenemos que hacer, porque a veces lo damos por descontado pero no siempre es así. Usted, que está leyendo esto, ¿cree en serio que Jesús es el Señor?, ¿cree en serio que Jesucristo es el Mesías?, ¿cree que Jesús se encarnó, por voluntad del Padre, en el seno virginal de María, que así se nos dio al verdadero Dios y verdadero Hombre?, ¿cree que Jesucristo nos enseña lo que es el amor, a través de la salvación y de la redención en la cruz, cargando sobre sus espaldas el pecado del mundo, que nos quita -con su muerte y resurrección- el pecado y nos da la vida eterna?

 Porque, si uno cree, se involucra, lo sigue, lo imita, lo acompaña, le agradece. Pero si uno no cree, o no tiene claro el motivo principal de su vida, su andar se hace mediocre, perezoso, egoísta, sin entusiasmo; porque ciertamente no hay motivo principal en la vida de una persona.

 ¡Hagámonos esta pregunta, pero también demos la respuesta! Y a ver qué respuesta usted, estimado lector, puede darle al Señor. Les aseguro que, como obispo, también me pregunto si creo en el Señor. Por cierto la respuesta debe ser cada vez más profunda.

 Les dejo mi bendición: en el Nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo. Amén

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