Alegría en el cielo
Cada semana comento la lectura del Evangelio de la celebración litúrgica del domingo. Espero sea de provecho.
Lc 15, 1-32.
"Alégrense conmigo, porque encontré la oveja que se me había perdido". Les aseguro que, de la misma manera, habrá más alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta, que por noventa y nueve justos que no necesitan convertirse.
No todas las religiones son iguales. Cada concibe a Dios y la relación con Él de un modo distinto. Cada una tiene su modo de argumentar, proponer o imponer su concepción de Dios como la verdadera. Jesucristo revela un rostro asombroso de Dios en las tres parábolas de la misericordia de Lc 15: la oveja perdida, la dracma perdida y el hijo pródigo. En esta ocasión me centro en la primera.
La oveja que se me había perdido
La atención de Dios no sólo se centra en la humanidad como grupo, ni sólo en las grandes líneas de la historia, sino en cada persona con su historia de vida particular. De cien ovejas se pierde una, y ese pastor que representa a Dios no se queda satisfecho de conservar a la inmensa mayoría de su rebaño, sino que se interesa por la una, por la oveja que se me había perdido, por un solo pecador.
Tampoco es pasiva la atención de Dios sobre el comportamiento de cada uno, a la espera de intervenir al final, premiando a los justos y castigando al pecador. El Dios que nos revela Jesucristo presta atención a cada hombre, a cada mujer, pero además es activo, va a buscar la que se había perdido, hasta encontrarla.
Esta parábola nos confirma también que no todo en la vida vale, sino que hay caminos de perdición, que nos alejan de Dios, que nos dejan interiormente solos, sedientos y hambrientos, como la oveja que se había perdido. Alejarse de los mandamientos de Dios tiene como consecuencia intrínseca una vida desorientada. No todo da igual. El pecado trae consigo la perdición existencial.
Alegría en el cielo
La atención de Dios por cada persona y su interés por buscarla y encontrarla nacen de una motivación sorprendente: el inmenso amor que Dios tiene por cada uno en particular. Nunca podríamos haber imaginado, si Jesús no nos lo revela en estas fascinantes parábolas y con su misma vida, que Dios nos tuviera un amor tan grande, ni que tuviera una preocupación tan delicada por que nadie se aleje de Él y del grupo de los que creen en Él y lo siguen como al Buen Pastor divino.
De hecho, la parábola no destaca la alegría de la oveja perdida al haber sido encontrada. De todos es sabido que una oveja sola, lejos de su rebaño, no puede subsistir. Pero Jesús quiere centrar nuestra atención en lo realmente importante: en el corazón del pastor, en el corazón de Dios.
Los rasgos destacan el enorme amor de Dios por cada persona y Su alegría cuando sus hijos permanecen unidos y files en el único rebaño del único Pastor: cuando la encuentra, la carga sobre sus hombros, lleno de alegría; alégrense conmigo; habrá alegría en el cielo por un solo pecador que se convierta. El 'me' de la oveja que se me había perdido, expresa el grande afecto que le tiene.
La propuesta de la Iglesia Católica en este Año Jubilar de la Misericordia es doble, igual que la de la parábola de la oveja perdida: dejémonos encontrar y llevar de nuevo al rebaño por el amor misericordioso y personal que Dios nos tiene, y llenos de su misericordia colaboremos con el Buen Pastor en su preocupación para que un solo pecador se convierta.
Señor, no soy capaz de comprender que yo sea tan importante para ti, ni la tristeza que te causo si me alejo. Gracias por tanta misericordia inmerecida. Enséñame a mirar con tus ojos misericordiosos.