Reciban al Espíritu Santo
Cada semana comento la lectura del Evangelio de la celebración litúrgica del domingo. Espero sea de provecho.
Jn 20, 19-13.
"¡La paz esté con ustedes! Como el Padre me envió a mí, yo también los envío a ustedes. Reciban al Espíritu Santo. Los pecados serán perdonados a los que ustedes se los perdonen, y serán retenidos a los que ustedes se los retengan".
El gran fruto de la Resurrección de Jesucristo es el don del Espíritu Santo a la humanidad. Jesús llena de su Espíritu a los apóstoles en la primera aparición en el Cenáculo, y más plenamente el día de Pentecostés. El Espíritu Santo, conforme a las palabras pronunciadas por Jesús resucitado, trae consigo a quien lo recibe: el perdón de los pecados, la paz de Dios y el envío.
Los pecados serán perdonados
Para poder apreciar la grandeza de ser templos del Espíritu Santo, tenemos que ser capaces de comprender la malicia del pecado, cuya curación es la primera acción de este Espíritu. Si el pecado fuera algo liviano e intrascendente, el perdón de los pecados no aportaría mucho a quien lo recibe y, por tanto, tampoco tendría especial valor la vida en el Espíritu. Sólo cuando se contempla a Jesús Crucificado por nuestros pecados se puede tener cierta noción de la dimensión de iniquidad que tiene el pecado como ofensa a Dios y como corrupción de nuestra propia condición humana.
En los sacramentos del Bautismo y de la Confesión, Jesús nos regala el inestimable don del Espíritu Santo que limpia todo pecado, para que nuestra alma no sea un antro de mentira, impureza y egoísmo, sino un sagrado templo del Santo Espíritu de Dios.
Entra hasta el fondo del alma,
divina luz y enriquécenos.
Mira el vacío del hombre,
si tú le faltas por dentro;
mira el poder del pecado,
cuando no envías tu aliento.
Riega la tierra en sequía,
sana el corazón enfermo,
lava las manchas, infunde
calor de vida en el hielo,
doma el espíritu indómito,
guía al que tuerce el sendero.
La paz esté con ustedes
El pecado rompe nuestra armonía con Dios, con los demás, con nosotros mismos y con toda la creación. El perdón de los pecados sana todas éstas relaciones devolviéndonos la paz verdadera. La paz no se consigue dando a nuestros sentidos y apetitos todo lo que nos piden, ni consiguiendo todas las metas humanas que nos hayamos marcado, ni con pintorescos métodos de relajación y autoayuda, sino con el perdón de Dios y tratando de vivir la vida de la gracia santificante, la obediencia al Espíritu de Dios y no al espíritu del mundo.
Ven, Espíritu Divino
manda tu luz desde el cielo.
Padre amoroso del pobre;
don, en tus dones espléndido;
luz que penetra las almas;
fuente del mayor consuelo.
Ven, dulce huésped del alma,
descanso de nuestro esfuerzo,
tregua en el duro trabajo,
brisa en las horas de fuego,
gozo que enjuga las lágrimas
y reconforta en los duelos.
Yo los envío a ustedes
El Espíritu Santo no nos impulsa a un acaramelado intimismo con Dios que nos evade de la historia de los hombres, sino que alienta en nosotros el ejercicio de las obras de misericordia espirituales y corporales. Jesús con su Espíritu nos envía para ser testigos de su Resurrección, de su perdón y de su paz; un testimonio que sólo puede llegar a nuestros prójimos si somos capaces de reflejar en la mayor medida posible la santidad del Espíritu que nos habita, por medio de una coherencia de vida, no de una santurronería estratégicamente actuada.
Reparte tus siete dones,
según la fe de tus siervos;
por tu bondad y tu gracia,
dale al esfuerzo su mérito;
salva al que busca salvarse
y danos tu gozo eterno. Amén.
Escucha a Jesús que te dice: Recibe al Espíritu Santo. Recibamos al "divino huesped del alma", su perdón, su paz y su envío. No cerremos la puerta con nuestra indiferencia al Don más preciado.