Con todo nuestro ser
Las meditaciones que presento quieren ser una lectura del Catecismo en clave de meditación, de diálogo o charla con el Señor. Escuchando el pedido de san Juan Pablo II, escribo esta adaptación de su Catecismo para llevarlo a la oración.
En la meditación anterior recordábamos que la oración nuestra -que brota del alma- necesita una expresión exterior que asocie el cuerpo a la oración interior.
Además, como criaturas tuyas que somos, tenemos que adorarte con todo nuestro ser: cuerpo y alma. Y no sólo individualmente también en grupos; la oración vocal -por ser exterior- es la oración por excelencia de las multitudes.
La más interior de las oraciones no puede prescindir de la oración vocal; por ello se convierte en una primera forma de oración contemplativa.
La meditación es, sobre todo, una búsqueda: la de tu voluntad; para conocerla y vivirla.
Hace falta una atención que muchas veces es difícil encausar.
Es muy conveniente inspirarse con las Sagradas Escrituras y, especialmente, con el Evangelio. También pueden ayudarnos las imágenes sagradas, los textos litúrgicos del día o del tiempo, los escritos de los padres espirituales, las obras de espiritualidad, el gran libro de la creación y el de la historia con su página del “hoy” de Dios.
Meditar lo que se lee lleva a apropiárselo y a confrontarlo con uno mismo. Pasamos de los pensamientos a la realidad y -muchas veces- de la teoría a la práctica, con el cumplimiento de algún buen propósito, meta u objetivo.
Señor ¿qué querés que haga? Mostrámelo, te lo pido; y, también, la gracia para poder hacerlo. Para no repetir el “papelón histórico” del joven rico. Amén.