Un camino de retorno

Las meditaciones que presento quieren ser una lectura del Catecismo en clave de meditación, de diálogo o charla con el Señor. Escuchando el pedido de san Juan Pablo II, escribo esta adaptación de su Catecismo para llevarlo a la oración.

Querido Señor:

El Nuevo Testamento habla de oración de súplica con distintas palabras y matices: pedir, reclamar, llamar con insistencia, invocar, clamar, gritar e, incluso, luchas en la oración. Pero la más habitual es la petición. Con ella nos manifestamos como criaturas ya que no somos nuestro propio origen, ni dueños de nuestras adversidades, ni tampoco nuestro único fin. La petición nos sirve para volver a Vos, que nos escuchás aún siendo pecadores.

El Nuevo Testamento tiene pocas oraciones de lamentación, que son frecuentes en el Antiguo. En el Señor, la oración de la Iglesia es sostenida por la esperanza. Todavía estamos en la espera y tenemos que convertirnos cada día pero nuestra petición brota de otras profundidades: de "gemidos inefables" del propio Espíritu Santo que "viene en ayuda de nuestra flaqueza. Pues nosotros no sabemos pedir como conviene" (Rm 8, 26).

            Una petición de perdón como la del Publicano -“ten compasión de mí que soy un pecador” (Lc 18, 13)- debería ser el primer movimiento de la oración de petición. Es el comienzo de una oración pura y justa. La humildad nos une, Señor.

            En nuestras peticiones tiene que haber una jerarquía: primero el Reino; luego lo que es necesario para acogerlo y cooperar a su venida. Esta cooperación ha de ser el objeto de la oración de todos los fieles; la oración de san Pablo nos da buen ejemplo de cómo hay que rezar por todas las iglesias. Al orar, todo bautizado trabaja por la venida del Reino

            Señor, sabemos que toda necesidad puede convertirse en objeto de petición. Por otro lado, Santiago y Pablo nos exhortan a orar en toda ocasión (Ef 5, 20; Flp 4, 6-7; Col 3, 16-17; 1 Ts 5, 17-18).

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