La lógica de Pedro
Cada sábado publicaré en esta sección un comentario a la lectura del Evangelio correspondiente a la celebración litúrgica del domingo siguiente. Espero sea de algún provecho.
Mc 8, 27-35.
Jesús pregunta a sus discípulos: Ustedes, ¿quién dicen que soy yo? Pedro, en nombre de los demás, responde: Tú eres el Mesías. Podemos fácilmente imaginar a un Pedro satisfecho por su rol de vocero de los discípulos, por haber dado la respuesta correcta a la pregunta de Jesús, por ser el dirigente del grupo de confianza nada menos que del Mesías tantos siglos esperado por Israel.
Pero las palabras que Jesús pronuncia a continuación hacen cambiar radicalmente el rostro complacido de Simón Pedro: el Mesías debía sufrir mucho, ser rechazado y condenado a muerte. Pedro se queda perplejo. ¿Justo en este momento de éxito personal, se pone triste Jesús y empieza a hablar de desdichas? ¿Será posible que el Mesías prometido fracase de ese modo, si precisamente su misión consiste en triunfar? ¿Acaso las multitudes enfervorecidas que seguían a Jesús podían permitir que le pasase algo a su líder? ¿Cómo podía Jesús dudar de que sus discípulos lo defenderían? ¿No debía Jesús confiar en la misión de Mesías que Dios Padre le encomendaba, y tener la seguridad de que el Altísimo lo protegería de cualquier peligro, y de que conseguiría la victoria contra las fuerzas del mal?
Pedro se vio en la obligación de volver a actuar en representación de los discípulos, esta vez, sorprendentemente, para llevar aparte a Jesús y reprenderlo. Estaba muy seguro de lo que hacía. Le respaldaba la lógica de los cuestionamientos aparentemente irrefutables que se hacía a sí mismo, la lógica de la misión de triunfo que los profetas atribuían al Mesías, la lógica de su amor inmenso por el Maestro. Le respaldaba aparentemente la misma lógica con la que había deducido que Jesús no podía ser otro sino el Mesías anunciado por los profetas.
Pero la lógica de Dios es distinta. Por eso Jesús, que es en persona Palabra de Dios, Logos de Dios, Lógica de Dios, tiene que reprender a Pedro: tus pensamientos no son los de Dios, sino los de los hombres. ¿En qué consiste esa contradicción entre los pensamientos de Dios y los de los hombres? Jesús, el paciente Maestro, explica a Pedro, a los demás discípulos y a la multitud que se había agolpado en torno a ellos, cuál es la diferencia de ambos pensamientos: El que quiera salvar su vida, la perderá; y el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, la salvará. La lógica de Pedro, que es la de los hombres, consiste en salvar su vida. La lógica del Mesías, por el contrario, estriba en que el hombre pierda su vida por mí y por la Buena Noticia.
Pedro queda descolocado. Él, que reprendía, ha pasado a ser reprendido. Él, que había razonado correctamente sobre la mesianidad de Jesús, ahora se equivoca al pensar que un Mesías no puede sufrir. Su fe en Jesús Mesías lo ponía en sintonía con Dios Padre, pero su rechazo a la Pasión de Jesús lo situaba en oposición al plan divino de salvación. Al reconocer a Jesús como su Salvador mostró tener pensamientos de Dios, pero al reprender a Jesús se pusieron de manifiesto sus pensamientos de los hombres.
No podemos evitar sentirnos identificados con Pedro. Identificados con el Pedro entusiasta que confiesa que Jesús es el único Salvador del mundo. Identificados también con el Pedro que no entiende los caminos de Dios cuando llega el momento del sufrimiento, de la injusticia, de la incomprensión, de la soledad, del fracaso, del desencanto, de la traición. Pedro recorrió un itinerario de crecimiento en la fe hasta dar la vida martirialmente por Cristo, y aquello que en principio no entendía y que incluso le escandalizó, lo llegó a cumplir en plenitud: el que pierda su vida por mí y por la Buena Noticia, se salvará.
El Espíritu Santo, si le dejamos, realiza esta obra de transformación de nuestra lógica humana, de coherencia sólo aparente, en una lógica divina, de coherencia definitiva. Es Él quien realiza también hoy ese milagro de fe, esperanza y amor en los cristianos perseguidos que cada semana vemos que pierden su vida valientemente por Jesús para salvarla por toda la eternidad. Pedro maduró en la fe. Los mártires de nuestros días testimonian esa misma fe vigorosa. ¡Señor, auméntanos la fe! ¡Enséñanos tu lógica! ¡Danos coraje para dar testimonio de tu amor!