Sordera mala. Sordera buena
Cada sábado publicaré en esta sección un comentario a la lectura del Evangelio correspondiente a la celebración litúrgica del domingo siguiente. Espero sea de algún provecho.
Mc 7, 31-37.
Marcos nos presenta en este pasaje a Jesús curando a un sordo. Podemos imaginar el asombro de quienes lo presenciaron. Sólo un poder divino puede efectuar tal proeza. Pero para los judíos, este acontecimiento tenía un significado especial. Cada sábado se reunían los judíos piadosos a escuchar la Palabra de Dios en la sinagoga. Conocían muy bien las promesas de los profetas, que les aseguraban la venida de un Mesías salvador, la presencia de Dios mismo salvando a su pueblo. Y una de las señales de que el anunciado tiempo de salvación había llegado era precisamente que aquel día, los sordos oirán (Is 29, 18).
Pero, según la profecía de Isaías, esa curación de la sordera no solamente está relacionada con una curación física, sino con una curación espiritual. Se trata del día en el que Dios en persona salva a su pueblo de la desesperanza, del desaliento y de la aflicción: Digan a los que están desalentados: ‘¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios! ¡Él mismo viene a salvarlos!’. Entonces se destaparán los oídos de los sordos. Los acompañarán el gozo y la alegría. La tristeza y los gemidos se alejarán” (Is 35, 4-5. 10).
Podemos entender entonces que para los judíos, ver a Jesús curando a un sordo tenía un significado más profundo todavía que el de una simple intervención milagrosa de Dios por medio de un hombre. Era la confirmación de que el Mesías había llegado y era Jesús, de que Dios venía en persona a salvarlos de la tristeza, para colmarlos de gozo y alegría. La mayoría entendían esta salvación como una liberación política del yugo del imperio romano. Sólo unos pocos esperaban un Mesías cuya salvación consistiese en el perdón de los pecados.
No en vano, el profeta Isaías había usado las sordera para representar la actitud pecaminosa de la mayoría en Israel, en el pueblo sordo, pero que tiene oídos (Is 43, 8). Se compara el pecado y el vicio con una sordera voluntaria a Dios. Y Dios, en boca de Isaías, reprocha a su pueblo esa actitud, esa sordera de aquellos que pueden oír la Palabra de Dios pero no quieren: ¡Oigan, ustedes, los sordos! Tú has abierto los oídos, pero sin escuchar. ¿No es el Señor, contra quien hemos pecado por no querer seguir sus caminos y haber desoído su Ley? (Is 42, 18.20.24). El pecado consiste en hacer oídos sordos a Dios que nos habla en sus mandamientos.
Por otra parte, el que abre los oídos a Dios, debe cerrarlos al Enemigo, a la tentación. Los judíos conocían una sordera buena, la que invocaban en el salmo 38, cuando los que buscan mi ruina me amenazan de muerte, pero yo, como un sordo, no escucho. Me parezco a uno que no oye. Yo espero en ti, Señor. Tú me responderás, Señor, Dios mío (Sal 38, 13-16).
Jesús, con la curación física del sordo, manifiesta el poder de Dios para sanar la verdadera sordera, la del espíritu. El hombre de nuestros días parece dispuesto a hablar con Dios para pedirle beneficios materiales, salud, trabajo. Pero no parece muy dispuesto a escuchar los mandamientos de la ley de Dios, que ve como enemigos de su libertad, de su autonomía, de una vida placentera. Es la sordera voluntaria al "amor de Dios sobre todas las cosas", al "santificar las fiestas", al "no cometer actos impuros" y al "amor al prójimo como a ti mismo". El no escuchar el camino que indica el Dios Padre Creador Bueno y Misericordioso supone la ruina del hombre, que fiándose de su propio criterio construye la triste ciudad del egoísmo.
Cuando uno se percata de esa sordera, debe invocar a Jesús: ¡Cura mi sordera como curaste al sordomudo! ¡Dame oídos atentos a la Palabra del Padre para que no me desvíe del camino de la salvación! ¡Envíame tu Espíritu de fuerza, para que pueda poner en práctica tu enseñanza! ¡Hazme sordo a la tentación, al descreimiento, al desaliento, a la seducción del placer desordenado, del dinero, del poder, del egoísmo! ¡Enséñame a escuchar tu mensaje en los acontecimientos cotidianos, en quienes me rodean!
Un buen propósito para este mes de la Biblia en Argentina es escuchar a diario atentamente la Palabra que Dios te dirige personalmente en el Evangelio de la Misa de cada día.