Cardenal Müller asegura que el Camino Sinodal de Alemania no puede reclamar el Espíritu Santo para romper con la Escritura, la Tradición y el Magisterio

El prefecto emérito de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Gerhard Müller, precisó que "en tiempos mejores, los obispos alemanes todavía afirmaban claramente los límites de la autoridad de la Iglesia, concretamente que incluso el Papa y todos los fieles están sujetos a la Escritura, la Tradición y el Magisterio existente, y de ninguna forma puede nadie, bajo el pretexto de una 'nueva hermenéutica', reinterpretar sustancialmente o socavar el credo y las enseñanzas de la Iglesia". 

Fuente: InfoCatólica.

'PODER Y SINODALIDAD'.

El cardenal y prefecto emérito de la Congregación para la Doctrina de la Fe, Gerhard Müller, aseveró que "difícilmente se puede asumir que una entidad como el Camino Sinodal en Alemania pueda reclamar el Espíritu Santo para sí mismo con el fin de suspender, corregir y reinterpretar la autoridad de la Sagrada Escritura, la Tradición Apostólica y las decisiones infalibles del Magisterio", en el artículo 'Poder y sinodalidad', publicado por 'InfoCatólica'. 

Explicó que el Camino Sinodal alemán "ni es una entidad autorizada por la Iglesia, ni reconocida académicamente que pueda 'desarrollar aún más' los dogmas o la ley divina". "En tiempos mejores, los obispos alemanes todavía afirmaban claramente los límites de la autoridad de la Iglesia, concretamente que incluso el Papa y todos los fieles están sujetos a la Escritura, la Tradición y el Magisterio existente, y de ninguna forma puede nadie, bajo el pretexto de una 'nueva hermenéutica', reinterpretar sustancialmente o socavar el credo y las enseñanzas de la Iglesia", ratificó. Además, alertó sobre la Escuela de Bolonia, a la que consideró como "apostasía disfrazada". 

Müller advirtió que en amplios sectores de la Iglesia "en lugar de afrontar intelectual y espiritualmente los grandes retos teológicos y antropológicos del proceso de descristianización", se difunda la "nueva edición de la agenda de los años 70, por ejemplo la abolición del celibato, el acceso de la mujer al sacerdocio, la comunión interreligiosa aún cuando persista la separación en la fe, el reconocimiento de la uniones sexuales fuera del matrimonio, y querer modernizar la Iglesia". "No deberíamos pasar por alto su defecto original. Éste consiste en el error político de considerar que en la Iglesia el problema principal gira en torno al poder que ahora tiene que ser limitado 'democráticamente'. Hablar de 'división de poderes en la Iglesia' es populismo e ignorancia teológica", afirmó.