Religiosa Mercedes Casas: «Amo a la Vida Religiosa porque en la diversidad de sus carismas enriquece a la Iglesia»

La presidenta de la Confederación Latinoamericana y Caribeña de Religiosos y Religiosas (CLAR), Mercedes Casas, compartió un profundo mensaje, bajo título “La Vida Religiosa que yo amo”, con motivo de Año de la Vida Consagrada.

Autor: Jennifer Almendras. / Fuente: Ecclesia Digital.

PRESIDENTA DE CONFEDERACIÓN HISPANOAMERICANA DE RELIGIOSOS.

MENSAJE ÍNTEGRO

“LA VIDA RELIGIOSA QUE YO AMO”

Amo a la Vida Religiosa porque es un don del Espíritu a su Iglesia, don gratuito, que expresa el amor y el cuidado de Dios por su pueblo, al que es enviada para acompañarlo y caminar con él en el día a día.

Amo a la Vida Religiosa porque es expresión de que Jesús sigue llamando a los que Él quiere para ser memoria viviente del modo de actuar y vivir de Jesús en favor del Reino.

Amo a la Vida Religiosa porque hace evidente en el mundo que el corazón humano tiene hambre y sed de Dios, y que sólo Dios es capaz de responder plenamente a estos anhelos, y de seducir y enamorar el corazón, de manera que suscite respuestas llenas de pasión y de vida, de amor incondicional, de respuestas que se dan con todo el corazón, toda la mente y todas las fuerzas.

Amo la Vida Religiosa porque, aunque es minoritaria, sigue siendo creíble cuando acompaña, cuando escucha, cuando habla a través de los gestos de amor, ternura, cuidado y, cuando es necesario, también con palabras; porque tiene vida, y vida en abundancia.

Amo la Vida Religiosa porque desde su pequeñez posee la fuerza del Espíritu para desplazarse con valentía al encuentro de los más pobres, de los más necesitados, de todas las marginalidades existenciales.

Amo la Vida Religiosa porque está viviendo los capítulos más apasionantes de su historia y, en medio de pocas certezas y no claridades, está volviendo, como nunca, a lo más esencial del evangelio y de sus carismas.

Amo a la Vida Religiosa porque está aprendiendo a soltar estructuras caducas, a dejarse leer por la realidad, y se pregunta cuáles serán los odres nuevos para el vino nuevo.

Amo a la Vida Religiosa porque en la diversidad de sus carismas enriquece a la Iglesia, y se pone al servicio de la gente desde los diferentes campos de misión que se le han confiado; porque está aprendiendo a vivir la intercongregacionalidad, la interculturalidad, y a desmonopolizar estos carismas que han tocado ya el corazón de tantas y tantos laicos que comparten con nosotros la misión y la vida.

Amo a la Vida Religiosa porque está enraizada y centrada en Dios, enamorada de Él y de su Reino y, por lo mismo, está volviendo sus ojos al misterio de la Encarnación que la pone en salida, para ir a “tocar la carne de Cristo”, no importa si se accidente en el camino.

Amo a la Vida Religiosa porque está despertando su audacia y osadía, porque su profetismo no ha muerto, porque está abriendo puertas y armando lío con su manera alternativa de vivir el amor, el compartir y la búsqueda constante del querer de Dios.

Amo la Vida Religiosa porque está menos aferrada a la cantidad, y valora más la calidad; porque hace procesos, porque no se rinde ante la inmediatez, porque le cree a la fuerza que tiene lo pequeño cuando es gestado por el Espíritu.

Amo a la Vida Religiosa porque nace de la comunión trinitaria y construye comunión; porque sabe vincularse con cada hermana y hermano, porque es más humana y dialogante y tiene menos miedo de expresar la verdad en el amor.

Amo la Vida Religiosa porque se sabe hermana de todas y todos, también de la tierra, de la creación, del cosmos entero… y, por lo tanto, sabe cuidar, cultivar, arar espacios que acojan y hagan crecer la vida, la alegría, la ternura y el consuelo.

Amo a la Vida Religiosa que lucha por la justicia, que entiende que no hay carisma que no tenga qué ver con lo social, con la cultura, con la economía solidaria, y que marcha al ritmo de las demandas que nuestros pueblos hacen por justicia y dignidad.

Amo a la Vida Religiosa porque brota del corazón apasionado de Jesús por la gloria del Padre: “Que todos te conozcan y te amen como Yo, Padre” (cf. Beata Madre María Inés Teresa), y de su compasión solidaria ante el sufrimiento humano, ante los nuevos rostros de pobreza de los que hoy escuchamos sus clamores.

Amo a la Vida Religiosa porque es pneumatológica, es decir, porque está llena del Espíritu, y porque Él la está renovando desde el fondo, aunque esta renovación nos duela, y nos haga morir a lo caduco, a lo que está rancio y avinagrado, como dice nuestro querido Papa Francisco.

Amo a la Vida Religiosa que vive la mística en lo cotidiano, esa mística “de los ojos abiertos”, sin poses ni espiritualidades “light”, pero sí llena de gestos proféticos y, por lo mismo, gestos cercanos, humanos, más encarnados, y que la hacen más hermana.

Amo a la Vida Religiosa, que sabe que no le toca hacerlo todo y bien, pero que pone su granito de arena para construir, en el ritmo de lo cotidiano, el Reino de Dios; para servir la mesa del Reino y disponer los lugares donde todas y todos se sientan acogidos, incluidos, contenidos y, sobre todo, amados; porque, en resumidas cuentas, esta Vida Religiosa está llamada a vivir la sobreabundancia del amor.

Amo la Vida Religiosa porque reconoce sus carreras, sus prisas, y se sabe necesitada de una profunda conversión para saberse silenciar, y vivir la contemplación en medio de una intensa acción apostólica, que invierte cada vez más sus energías no en el administrar sino en el testimoniar el Evangelio.

Amo, en fin, la Vida Religiosa porque expresa el rostro de Dios Padre-Madre, porque como María se sabe “sierva del Señor”, habitada por su Palabra y llamada a contagiar de Magníficat a nuestra humanidad tan urgida de esta alegría mariana. ¡Que Ella, la causa de nuestra alegría, nos la regale a toda la Vida Religiosa en abundancia, especialmente en este Año de la Vida Consagrada, para que con esta alegría consolemos a los demás con el mismo consuelo con que somos consoladas y consolados por Dios. Así sea.